«Es además urgentísimo que se renueve en todos, sacerdotes, religiosos y laicos, la conciencia de la absoluta necesidad de la pastoral familiar como parte integrante de la pastoral de la Iglesia, Madre y Maestra. Repito con convencimiento la llamada contenida en la Familiaris consortio: “...cada Iglesia local y, en concreto, cada comunidad parroquial debe tomar una conciencia más viva de la gracia y de la responsabilidad que recibe del Señor, en orden a la promoción de la pastoral familiar. Los planes de pastoral orgánica, a cualquier nivel, no deben prescindir nunca de tomar en consideración la pastoral de la familia” (n. 70).


28 de agosto de 2013

LA FAMILIA, ORIGEN Y FUNDAMENTO DE LA SOCIEDAD

«Iluminada por la luz del mensaje bíblico, la Iglesia considera la familia como la primera sociedad natural, titular de derechos propios y originarios, y la sitúa en el centro de la vida social (…) La familia, ciertamente, nacida de la íntima comunión de vida y de amor conyugal fundada sobre el matrimonio entre un hombre y una mujer, posee una específica y original dimensión social, en cuanto lugar primario de relaciones interpersonales, célula primera y vital de la sociedad: es una institución divina, fundamento de la vida de las personas y prototipo de toda organización social».
Uno de los elementos de la “antropología adecuada”18 es considerar al ser humano como persona, es decir, como sujeto en relación con otros. La familia constituye ella misma el primer y fundamental núcleo de relaciones para cada persona. Por ello la familia funda la sociedad, no sólo en cuanto forma básica de asociación –“célula”– de la sociedad, sino también como primer espacio de relaciones interpersonales, caracterizadas además por el reconocimiento de la singularidad de cada uno y de su valor como persona. De este modo la familia contribuye de modo decisivo al establecimiento de unas relaciones sociales justas. Así lo recuerda el Catecismo:
«La familia es la “célula original de la vida social”. Es la sociedad natural donde el hombre y la mujer son llamados al don de sí en el amor y en el don de la vida. La autoridad, la estabilidad y la vida de relación en el seno de la familia constituyen los fundamentos de la libertad, de la seguridad, de la fraternidad en el seno de la sociedad. La familia es la comunidad en la que, desde la infancia, se puede aprender los valores morales, comenzar a honrar a Dios y a usar bien de la libertad. La vida de familia es iniciación a la vida en sociedad» (CCE  2207).

Pertenece a la verdad del principio que el hombre deje a su padre y a su madre y se una a sumujer (cf. Gn 2,24), es decir, que el hombre viva en relación con otros: los padres y hermanos o el cónyuge y los hijos en el matrimonio. En efecto, «El Creador del mundo estableció la sociedad conyugal como origen y fundamento de la sociedad humana; la familia es por ello la célula primera y vital de la sociedad» (FC 42).
La familia es la primera sociedad natural, anterior a la sociedad y el Estado. Más aún, la familia es la realidad originaria sobre la que se construyen la sociedad y el Estado. Por eso los valores y derechos de la familia son anteriores al estado, y se fundan en la naturaleza del ser humano creado a imagen y semejanza de Dios   «A la que vez que la llamada personal a la felicidad, el hombre tiene una dimensión social como componente esencial de su naturaleza y de su vocación. En efecto: todos los hombres están llamados al mismo fin, Dios mismo. Hay una cierta semejanza entre la comunión de las Personas divinas y la fraternidad que los hombres deben instaurar entre ellos en la verdad y en la caridad; el amor al prójimo es inseparable del amor a Dios» (CCCE, 401)..
La persona y la familia viven en relación con otros. La caridad nos exige estructurar la convivencia en sociedad conforme a la justicia y la verdad. Por ello, «el punto de partida para una relación correcta y constructiva entre la familia y la sociedad es el reconocimiento de la subjetividad y de la prioridad social de la familia» (CDSI 252).
Esta verdad, y no el reconocimiento que la sociedad o el estado, hacen de la familia un sujeto titular de derechos inviolables. «La familia no está, por lo tanto, en función de la sociedad y del Estado, sino que la sociedad y el Estado están en función de la familia. Todo modelo social que busque el bien del hombre no puede prescindir de la centralidad y de la responsabilidad social de la familia» (CDSI 214).
Consiguientemente, todas las instituciones sociales deben respetar y promover el matrimonio y la familia con sus características propias, originales y permanentes y, por otra parte, evitar y combatir todo lo que la altera y daña. Sólo así la sociedad y el Estado construirán la convivencia sobre unas bases sólidas y harán posible el bien común, que el Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica define de este modo: «el conjunto de aquellas condiciones de vida social que permiten a los grupos y a cada uno de sus miembros realizar la propia perfección» (CCCE 407). Además, la consecución del bien común supone «el respeto a la promoción de los derechos fundamentales de la persona; el desarrollo de los bienes espirituales y temporales de la persona y de la sociedad, y la paz y la seguridad de todos» (CCCE 408). Es claro que el bien común, así entendido, sólo puede construirse desde la familia. «El reconocimiento, por parte de las instituciones civiles y del Estado, de la prioridad de la familia sobre cualquier otra comunidad y sobre la misma realidad estatal, comporta superar las concepciones meramente individualistas y asumir la dimensión familiar como perspectiva cultural y política, irrenunciable en la consideración de las personas» (CDSI 254).


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