«Es además urgentísimo que se renueve en todos, sacerdotes, religiosos y laicos, la conciencia de la absoluta necesidad de la pastoral familiar como parte integrante de la pastoral de la Iglesia, Madre y Maestra. Repito con convencimiento la llamada contenida en la Familiaris consortio: “...cada Iglesia local y, en concreto, cada comunidad parroquial debe tomar una conciencia más viva de la gracia y de la responsabilidad que recibe del Señor, en orden a la promoción de la pastoral familiar. Los planes de pastoral orgánica, a cualquier nivel, no deben prescindir nunca de tomar en consideración la pastoral de la familia” (n. 70).


15 de septiembre de 2013

EL PERDÓN EN LAS RELACIONES FAMILIARES

Creo que vale la pena reflexionar  estos 10 puntos sobre el perdón en la cotidianidad de la vida familiar. 


1.Aceptar que es diferente. La familia se construye sobre la alteridad y la diferencia. Fácilmente el otro reaccionará de modo diverso, verá las cosas de modo diferente. Hay que estar incesantemente a la escu­cha de la temperatura del corazón del otro y pregun­tarle su “modo de usarlo”: “Si te amo mal, si te piso los pies, dímelo para que cambie; si te amo como se debe, dímelo igualmente para que siga así”.
2.    Poner como base de la familia este “contrato”: “No­sotros no nos haremos nunca sufrir voluntariamente”.
3.Considerar los aspectos positivos. Con demasiada frecuencia los pequeños litigios ocultan los aspectos maravillosos de la vida de familia. Es importante dar sólo la importancia que tienen a los pequeños pro­blemas.
4.El amor crece a través de estos pequeños perdo­nes. Cuanto más se acostumbre a perdonar las pe­queñas cosas, más se perdonarán las grandes. Del mismo modo, cuanto antes se haga, será mejor.
5.Hablar, explicarse. Perdonar es más fácil cuando hay comunicación. Es necesario pedir perdón. Sen­cillamente, sinceramente, humildemente. No dudar en dar el primer paso. La palabra hace milagros cuando su tono es justo, sin juicios, porque crea y recrea. Para perdonar y ser perdonado tenemos necesidad de oír estas palabras: “Te pido perdón”, “Te he dado un disgusto”, “Me puse nervioso”, “Me he equivocado”. Estas palabras tocan el corazón y suscitan un diálogo seguramente lleno de humildad y sinceridad, que de otro modo no habría tenido lugar.
6. Reconocer la herida que se ha hecho. El que ha sido herido necesita saber que su herida ha sido tenida en consideración. Hay que manifestar al otro que se es consciente del sufrimiento que ha tenido, de su intensidad… Es muy natural justificarse encontran­do excusas en el propio pasado, sobre todo recordan­do golpes de los otros (los padres) o fuera de la pa­reja (la suegra). Es importante comprometerse en un proceso de verdades para descubrir los propios errores personales y reconocerlos humildemente.
7. Dar tiempo al tiempo. Hay que aceptar que no nos llegue inmediatamente una palabra de perdón. Cuan­do se está dominado por la cólera, se requieren tiem­pos de calma, de reflexión y también de oración para adquirir la capacidad de pedir perdón. Es un proce­so largo y complejo y hay que esperar que el tiempo haga su obra. Algunos olvidan en seguida la ofensa, sobre todo cuando se trata de ofensas leves. Otros tienden a miniarlas. Aunque se dicen “se acabó”, sus ojos y su ceño siguen demostrando que el he­cho no se ha digerido todavía.
8.Aprender a negociar. Significa buscar una solu­ción media, que tenga en cuenta los dos puntos de vista. Esto supone que cada uno, en un primer mo­mento, trate lealmente, con empatía, de ponerse en el lugar del otro, de entrar en su modo de ver.
9.      Reconciliarse. Aunque la reconciliación no es in­dispensable para el perdón, el perdón es comple­to cuando florece con el restablecimiento de las relaciones. El perdón no es todavía la reconciliación, pero es su camino. El perdón es un catalizador que crea el clima necesario para un nuevo comien­zo. Perdonar es volver a dar confianza. Es volver a estar “como antes”. Significa reparar y cambiar. La marca de la sinceridad al pedir perdón es el es­fuerzo que nos compromete a hacer lo posible para no caer en los mismos errores.

10.       Un perdón total es una cosa divina, que apren­demos sólo de Dios. El cristiano no dice: “Yo creo en el pecado”, sino “en la remisión de los peca­dos”. Y cuando el sacerdote dice: “Yo te absuelvo”, dice mucho más que “se te perdona”. Absolver sig­nifica volver a dar la libertad al que estaba atado, significa romperle sus cadenas. Cuando el perdón nos parece imposible, miremos a Cristo en la cruz. En el mismo momento en el que, suspendido de los clavos, muere de asfixia con un sufrimiento in­decible, tiene el valor de olvidarse de sí mismo para inclinarse sobre sus verdugos y perdonarlos. La del perdón es la gracia más grande. La oración familiar de la noche es una ocasión maravillosa para inter­cambiarse el perdón. Amar es ser capaz de rezar juntos»-el Padrenuestro. Ningún víncu­lo conyugal resiste sin perdón.


 Bruno Ferrero


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