«Es además urgentísimo que se renueve en todos, sacerdotes, religiosos y laicos, la conciencia de la absoluta necesidad de la pastoral familiar como parte integrante de la pastoral de la Iglesia, Madre y Maestra. Repito con convencimiento la llamada contenida en la Familiaris consortio: “...cada Iglesia local y, en concreto, cada comunidad parroquial debe tomar una conciencia más viva de la gracia y de la responsabilidad que recibe del Señor, en orden a la promoción de la pastoral familiar. Los planes de pastoral orgánica, a cualquier nivel, no deben prescindir nunca de tomar en consideración la pastoral de la familia” (n. 70).


9 de septiembre de 2013

EL SIGNIFICADO PROCREADOR DEL CUERPO

“Adán conoció a Eva, su mujer, que concibió y dio a luz  a Caín” (Gén 4, 1). Tras el análisis de la desnudez originaria, aborda Juan Pablo II el tema conexo del conocimiento y la generación. Entramos aquí en un campo  enormemente controvertido. En el Génesis se plantea la  capacidad que tiene hombre y mujer para transmitir la  vida, para dar origen a un nuevo ser. El libro sagrado  plantea la fecundidad como una bendición y como un  mandato; pero es ante todo una bendición.
Sin embargo, hoy este dato se halla completamente oscurecido. La procreación no es considerada como una  bendición en sí misma. Se halla muy extendida hoy, especialmente en el mundo occidental, una concepción de  la fecundidad como una amenaza. Hasta tal punto esto es  así que los conceptos de salud que se han extendido en el  ámbito de las organizaciones internacionales y en la  práctica totalidad de las legislaciones de los países occidentales implican que no hay salud sin una eficaz defensa contra la procreación; la salud se equipara en multitud  de ocasiones con seguridad frente a la posibilidad de embarazos, de modo que la secuencia lógica entre sexualidad y procreación está enormemente dañada, incluso  completamente ausente en programas de salud y en la  mentalidad común de amplísimas capas de la población.
Cuando Pablo VI consideraba, en la encíclica Humanae  Vitae que el significado procreativo era un significado  inseparable o intrínseco del acto conyugal encontró unas  resistencias insospechadas en el ámbito intraeclesial.
Esta relación entre la unión sexual de varón y mujer y la  generación de un nuevo ser, a imagen y semejanza de  Dios, es un elemento estructural del don. La apertura a la  generación de un nuevo ser no es un error de la naturaleza, como si fuera una falla que hubiera de ser corregida a toda costa. No es tampoco una relación disponible por  parte del hombre, como si hombre y mujer fueran dueños absolutos de sus actos y pudieran controlar a su antojo sus consecuencias. Cada vez que se elimina la capacidad fecundadora del acto conyugal de los esposos, lo  que queda  dañada es la relación propia del don. El rechazo de la paternidad y de la maternidad no es una cuestión  secundaria, accesoria, como si el cuerpo fuese un instrumento externo o ajeno al hombre. El rechazo de la paternidad, la eliminación de la posibilidad fecundadora, supone un daño a la comunión entre los esposos, porque supone el rechazo del don.

Pero sería un error considerar por separado la significación procreadora del cuerpo de las anteriores significaciones o dimensiones, pues las tres están entrelazadas.
Las tres forman parte del camino del amor al que está  llamado el hombre. Veíamos que la identidad del hombre nace con la filiación, con el amor incondicional con  que es mirado; el cuerpo revela la procedencia del otro;  el camino del hombre no concluía aquí, sino que está  llamado, mediante la libertad, a la comunión, a la donación amorosa recíproca a otro. Donación que se haya  mediada por la diferencia sexual, según la explica Juan  Pablo II a través de la experiencia originaria de la unidad. Y es necesario destacar cómo la comunión, la donación recíproca incluye o tiene como parte irrenunciable  la dimensión procreativa. La generación no es un añadido,  un valor accesorio de la comunión; es parte insustituible.
Si el hombre constitutivamente está marcado por la apertura (pues la soledad originaria era una triple apertura),  la llamada a la vida de un nuevo ser es manifestación de  esta apertura, inscrita en su cuerpo y en la diferencia  sexual. La separación actual –que dura ya décadas– entre  la procreación y el amor no ha generado una mayor salud en los matrimonios, ni siquiera en las parejas. Antes  al contrario, desde los año 60 del pasado siglo, la relación hombre-mujer ha venido ciñéndose a parámetros de  competencia y rivalidad, cuando no de violencia. La reducción del número de hijos en todo Occidente ha venido de la mano de una crisis del matrimonio que pone de  manifiesto cómo hombre y mujer han “desaprendido” a  mirarse.

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