«Es además urgentísimo que se renueve en todos, sacerdotes, religiosos y laicos, la conciencia de la absoluta necesidad de la pastoral familiar como parte integrante de la pastoral de la Iglesia, Madre y Maestra. Repito con convencimiento la llamada contenida en la Familiaris consortio: “...cada Iglesia local y, en concreto, cada comunidad parroquial debe tomar una conciencia más viva de la gracia y de la responsabilidad que recibe del Señor, en orden a la promoción de la pastoral familiar. Los planes de pastoral orgánica, a cualquier nivel, no deben prescindir nunca de tomar en consideración la pastoral de la familia” (n. 70).


13 de septiembre de 2013

FECUNDIDAD Y ANTICONCEPCIÓN

Las breves reflexiones precedentes forman parte de la  doctrina con la que Juan Pablo II trató de fundamentar la  Humanae Vitae. Ofrecen un contexto y un marco amplio  que permiten contemplar la unión sexual de los esposos  en la perspectiva de la comunión, de la donación mutua  de los mismos y de su enraizamiento en la providencia  amorosa de Dios.
La verdad sobre el acto conyugal es que es un acto ordenado a la comunión de los esposos. El Creador, en su  plan amoroso ha destinado ambos a la comunión. Y el  acto conyugal, entendiéndolo en la hermenéutica del  don, contiene en sí mismo el don de la fecundidad. El  rechazo de la fecundidad es el rechazo del don. El rechazo del don imposibilita y dificulta la comunión, puesto  que la comunión es también un don. El hombre no puede  construir la comunión por sí solo, sino que la recibe como don. Y no puede elegir aceptar parte del don rechazando otra parte. Si lo hace, si rechaza parte del don, se  perjudica a sí mismo. La eliminación del carácter o significado procreativo del cuerpo es, por tanto, rechazo del  don.
De nuevo comprender la creación, y su persona como un  don le lleva a vivir su relación matrimonial a partir del  amor originario y primigenio de Dios, que es quien de modo misterioso se manifiesta como el Dios de la vida.

La nueva vida es un don, ni es una amenaza ni un derecho. Pero eliminar de la vida de las personas y de los matrimonios la paternidad de Dios oscurece el propio significado del cuerpo y de la comunión.

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