«Es además urgentísimo que se renueve en todos, sacerdotes, religiosos y laicos, la conciencia de la absoluta necesidad de la pastoral familiar como parte integrante de la pastoral de la Iglesia, Madre y Maestra. Repito con convencimiento la llamada contenida en la Familiaris consortio: “...cada Iglesia local y, en concreto, cada comunidad parroquial debe tomar una conciencia más viva de la gracia y de la responsabilidad que recibe del Señor, en orden a la promoción de la pastoral familiar. Los planes de pastoral orgánica, a cualquier nivel, no deben prescindir nunca de tomar en consideración la pastoral de la familia” (n. 70).


9 de septiembre de 2013

SIGNIFICADO ESPONSAL DEL CUERPO

La experiencia de la filiación no agota el ser del hombre.  Es cierto que le constituye y que es esencial para el descubrimiento de la identidad y de la propia vocación. El  amor filial descubre y abre al hombre para un nuevo  amor.
Hemos hablado de la vocación de hombre y mujer a vivir en comunión. La comunión es una unión que va más  allá de compartir una serie de valores o afectos. La comunión supone precisamente la entrega y donación recíproca del uno al otro y la aceptación de la totalidad del  otro como un bien por sí mismo. La voz del verdadero  amor es la afirmación de “es un bien que tú existas”, como certeramente lo expresa Josef Pieper. Ahora es preciso introducir aquí un factor clave en toda la antropología  de Juan Pablo II. La creación del hombre como varón y  mujer lleva consigo la llamada a ser una sola carne. El  hombre, varón y mujer, cuando son creados, lo son en  medio de un mundo creado también por el mismo Creador. Crear es llamar a la existencia de la nada, y por eso,  la Creación es expresión de un don.
Entender la creación a través de la hermenéutica del don,  supone interpretarla como la gratuidad de la acción de  Dios que vio que todo era bueno. Cada criatura lleva en  sí ese signo del don originario y fundamental. Cuando  aludimos a “signo” se quiere decir que cada criatura remite a algo que está más allá de sí, que indica la presencia de una realidad más profunda. También el hombre,  varón y mujer son don para el otro y están llamados a ser  una sola carne mediante el don de sí mismos. La donación de sí y la aceptación de la donación del otro es la  base que permite la comunión interpersonal.
El Concilio Vaticano II  coloca en lugar central  de su antropología esta  llamada al don de sí  mismo:  “Más aún, el Señor, cuando ruega al Padre que todos  sean uno, como nosotros también somos uno (Jn 17,21- 22), abriendo perspectivas cerradas a la razón humana,  sugiere una cierta semejanza entre la unión de las personas divinas y la unión de los hijos de Dios en la verdad y  en la caridad. Esta semejanza demuestra que el hombre,  única criatura terrestre a la que Dios ha amado por sí  mismo, no puede encontrar su propia plenitud si no es en  la entrega sincera de sí mismo a los demás” (Gaudium et  Spes, n. 24).
A pesar de que la Creación es don, en un primer momento parece que el hombre está “solo” como veíamos antes.  Ninguno de los seres de la creación ofrece al hombre las  condiciones básicas que hagan posible existir en una relación de recíproco don. A través de la contemplación de  la mujer, “¡esta sí que es hueso de mis huesos y carne de  mi carne!” (Gén 2, 23), se da un reconocimiento de persona a persona. Es como si dijera: he aquí un cuerpo que  expresa la persona. Este es el significado del cuerpo: mediante él se expresa que haber sido creado es un don,  y que varón y mujer están llamados al don de sí mismos  y a la aceptación del don de la otra persona. La presencia  del don no debe entenderse como la entrega o dación de  una cosa, sino como la constitución de una vinculación  de amor que marca una existencia.
La conciencia del don de la creación y del significado  esponsal del cuerpo, llamado a la propia donación nos  revela y remite también a la libertad, que hizo acto de  presencia en el árbol de la ciencia del bien y del mal.  Uno sólo se dona libremente.


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