«Es además urgentísimo que se renueve en todos, sacerdotes, religiosos y laicos, la conciencia de la absoluta necesidad de la pastoral familiar como parte integrante de la pastoral de la Iglesia, Madre y Maestra. Repito con convencimiento la llamada contenida en la Familiaris consortio: “...cada Iglesia local y, en concreto, cada comunidad parroquial debe tomar una conciencia más viva de la gracia y de la responsabilidad que recibe del Señor, en orden a la promoción de la pastoral familiar. Los planes de pastoral orgánica, a cualquier nivel, no deben prescindir nunca de tomar en consideración la pastoral de la familia” (n. 70).


5 de septiembre de 2014

CON OJOS DE MUJER

¿Todo mal?

¡Todo mal! ¡Todo mal!, contestaba rotundo un viejo conocido cada vez que alguien le preguntaba qué tal estaba. Con los primeros días de septiembre, llegan los nuevos propósitos para el curso que comienza. Normalmente, tienen que ver con uno mismo, enfocados a la mejora personal -física y espiritual-, laboral, familiar. Cada uno quiere reordenar su pequeño mundo. Es momento de ilusión renovada.
Para que no se quede todo en agua de borrajas, es importante que esos propósitos sean realistas y se concreten en acciones pequeñas, concretas y constantes. No hay que dejar de soñar, pero hay que poner los medios para que los sueños se conviertan en realidad y no se queden en eternas aspiraciones inalcanzables que acaban generando frustración.
Tampoco hay que dejarse vencer por la cruda y terca realidad del día a día, de las personas que aplastan en vez de elevar. Hay diversidad de modalidades: están las que tumban cualquier iniciativa, las que consideran que todo lo que no está hecho por ellas está mal, o las que no registran en su campo visual los avances y tienen la vista puesta permanentemente en lo que todavía hay que mejorar. Otra variante es la del que lo percibe pero se calla, no lo reconoce, no lo valora y jamás felicita, da las gracias o ayuda a elevar el espíritu. Para todas estas personas, todo siempre parece estar mal.
Estas posturas suelen surgir de la inseguridad, pues, para sentirse valorados, precisan abajar al de al lado; o de otra forma de inseguridad, que es el perfeccionismo del que no se permite a sí mismo ni un error, por lo que jamás reconoce haberse equivocado, y por consiguiente tampoco admite el error en los demás (lo que lleva a la ocultación, a la mentira y a la acusación). Otras veces es fruto de una ambición desmedida y no acompañada de inteligencia emocional. También están las que tienen su origen en la aplicación de un viejo, y superado, principio de gestión agresivo e inhumano que genera una feroz competitividad, enfrentamientos, luchas internas...
Si nos tomamos en serio nuestra autoeducación, y lo hacemos de una manera orgánica y no voluntarista, tendremos una tensión positiva de mejora continua, materializada en la aplicación de pequeñas medidas concretas que conviene revisar periódicamente; para llegar a ello, debemos empezar por conocernos, aceptarnos, y querernos tal como somos (lo que, de paso, nos lleva a querer a los demás como son, sin esperar de ellos lo que no nos pueden dar).
Este curso que comienza, ¿podríamos proponernos pensar y hablar bien de una persona y felicitar a alguien por algo bueno que haya hecho?
¿Podríamos darle gracias a Dios, cada noche, por algo en concreto que nos haya regalado ese día?
Reconocer y verbalizar lo bueno, ayuda; además de ser el camino a la felicidad, resulta ser infinitamente eficaz. En manos de María, la madre y educadora, es posible.
Fuente: Alfa y Omega

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