«Es además urgentísimo que se renueve en todos, sacerdotes, religiosos y laicos, la conciencia de la absoluta necesidad de la pastoral familiar como parte integrante de la pastoral de la Iglesia, Madre y Maestra. Repito con convencimiento la llamada contenida en la Familiaris consortio: “...cada Iglesia local y, en concreto, cada comunidad parroquial debe tomar una conciencia más viva de la gracia y de la responsabilidad que recibe del Señor, en orden a la promoción de la pastoral familiar. Los planes de pastoral orgánica, a cualquier nivel, no deben prescindir nunca de tomar en consideración la pastoral de la familia” (n. 70).


16 de agosto de 2015

PAPA FRANCISCO EN EL ÁNGELUS:“NUTRIRNOS DE JESÚS PAN DE VIDA, SIEMPRE CON FE”

Palabras del Santo Padre antes del rezo del Ángelus
¡Queridos hermanos y hermanas, buenos días!
En estos domingos la Liturgia nos está proponiendo, del Evangelio de Juan, el discurso de Jesús sobre el Pan de Vida, que es Él mismo y que es también el sacramento de la Eucaristía. El pasaje de hoy (Jn 6,51-58) presenta la última parte de ese discurso, y hace referencia a algunos entre la gente que se escandalizan porque Jesús dice: « El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día» (Jn 6,54). El estupor de los que lo escuchan es comprensible; de hecho Jesús usa el estilo típico de los profetas para suscitar en la gente – y también en nosotros – interrogantes y, al final, provocar una decisión. Ante todo preguntas: ¿qué significa “comer la carne y beber la sangre” de Jesús?, ¿es sólo una imagen, una forma de decir, un símbolo, o indica algo real? Para responder, es necesario intuir qué ocurre en el corazón de Jesús mientras parte el pan para la muchedumbre hambrienta. Sabiendo que deberá morir sobre la cruz por nosotros, Jesús se identifica con aquel pan partido y compartido, y eso se convierte para Él en el “signo” del Sacrificio que lo espera. Este proceso tiene su culmen en la Última Cena, donde el pan y el vino se transforman realmente en su Cuerpo y en su Sangre. Es la Eucaristía, que Jesús nos deja con una finalidad precisa: que nosotros podamos convertirnos en una sola una cosa con Él. De hecho dice: « El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él » (v. 56). Aquel "permanecer": Jesús en nosotros y nosotros en Jesús. La comunión es asimilación: comiéndolo a Él, nos transformamos en Él. Pero esto requiere nuestro “si”, nuestra adhesión a la fe.
A veces, con respecto a la santa Misa, se siente esta objeción: “¿Para qué sirve la Misa? Yo voy a la iglesia cuando tengo ganas, y rezo mejor solo”. Pero la Eucaristía no es una oración privada o una bella experiencia espiritual, no es una simple conmemoración de aquello que Jesús ha hecho en la Última Cena. Decimos, para entender bien, que la Eucaristía es “memorial”, o sea un gesto que actualiza y hace presente el evento de la muerte y resurrección de Jesús: el pan es realmente su Cuerpo ofrecido por nosotros, el vino es realmente su Sangre derramada por nosotros.
La Eucaristía es Jesús mismo que se dona totalmente a nosotros. Nutrirnos de Él y vivir en Él mediante la Comunión eucarística, si lo hacemos con fe, transforma nuestra vida, la transforma en un don a Dios y en un don a los hermanos. Nutrirnos de aquel “Pan de vida” significa entrar en sintonía con el corazón de Cristo, asimilar sus  elecciones, sus pensamientos, sus comportamientos. Significa entrar en un dinamismo de amor y convertirnos en personas de paz, personas de perdón, de reconciliación, de compartir solidario. Lo mismo que Jesús ha hecho.
Jesús concluye su discurso con estas palabras: «El que come de este pan vivirá eternamente» (Jn 6,58). Si, vivir en comunión real con Jesús sobre esta tierra nos hace ya pasar de la muerte a la vida. El cielo comienza precisamente en esta comunión con Jesús.
Y en el Cielo ya nos espera María nuestra Madre – ayer hemos celebrado este misterio. Ella nos obtenga la gracia de nutrirnos de Jesús, Pan de Vida, siempre con fe.


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