«Es además urgentísimo que se renueve en todos, sacerdotes, religiosos y laicos, la conciencia de la absoluta necesidad de la pastoral familiar como parte integrante de la pastoral de la Iglesia, Madre y Maestra. Repito con convencimiento la llamada contenida en la Familiaris consortio: “...cada Iglesia local y, en concreto, cada comunidad parroquial debe tomar una conciencia más viva de la gracia y de la responsabilidad que recibe del Señor, en orden a la promoción de la pastoral familiar. Los planes de pastoral orgánica, a cualquier nivel, no deben prescindir nunca de tomar en consideración la pastoral de la familia” (n. 70).


31 de julio de 2016

PAPA FRANCISCO: DE CRACOVIA A LA JMJ DE PANAMÁ 2019, TESTIMONIOS DE LA MISERICORDIA


Misionando en el mundo la alegría del Evangelio, con la ayuda de la Madre de Dios y de Juan Pablo II

 Texto completo de las palabras del Papa Francisco:

Queridos hermanos y hermanas

Al final de esta celebración, deseo unirme a todos ustedes en el agradecimiento a Dios, Padre de infinita misericordia, porque nos ha concedido vivir esta Jornada Mundial de la Juventud. Doy las gracias al Cardenal Dziwisz y al Cardenal Ryłko infatigable trabajador para esta jornada – y también por las oraciones con las cuales han preparado este evento; y doy las gracias a todos aquellos que han colaborado para su buen desarrollo. Y un inmenso «gracias» a ustedes, queridos jóvenes. Han llenado Cracovia con el entusiasmo contagioso de su fe. San Juan Pablo II ha disfrutado desde el cielo, y los ayudará a llevar por todo el mundo la alegría del Evangelio.

En estos días hemos experimentado la belleza de la fraternidad universal en Cristo, centro y esperanza de nuestra vida. Hemos escuchado su voz, la voz del Buen Pastor, vivo en medio de nosotros. Él ha hablado al corazón de cada uno de ustedes: los ha renovado con su amor, les ha hecho sentir la luz de su perdón, la fuerza de su gracia. Les ha hecho experimentar la realidad de la oración. Ha sido una «oxigenación» espiritual para que puedan vivir y caminar en la misericordia una vez que hayan regresado a sus países y a sus comunidades.

Aquí, junto al altar, hay una imagen de la Virgen María venerada por Juan Pablo II en el santuario de Calvaria. Ella, nuestra Madre, nos enseña cómo la experiencia vivida aquí en Polonia puede ser fecunda; nos dice que hagamos como ella: no desperdiciar el don recibido, sino custodiarlo en el corazón, para que germine y dé fruto, con la acción del Espíritu Santo. De este modo, cada uno de ustedes, con sus limitaciones y fragilidades, podrá ser testigo de Cristo allá donde vive, en la familia, en la parroquia, en las asociaciones y en los grupos, en los ambientes de estudio, de trabajo, de servicio, de ocio, donde quiera que la providencia los guíe en su camino.

La Providencia de Dios siempre nos precede. Piensen que ya ha decidido cuál será la próxima etapa de esta gran peregrinación iniciada por san Juan Pablo II en 1985. Y por eso les anuncio con alegría que ¡la próxima Jornada Mundial de la Juventud —después de las dos de ámbito diocesano— será en 2019, en Panamá!

Invito a los Obispos de Panamá a acercarse para dar la bendición conmigo.
Con la intercesión de María, invocamos el Espíritu Santo para que ilumine y sostenga el camino de los jóvenes en la Iglesia y en el mundo, para que sean discípulos y testigos de la Misericordia de Dios.

Recitemos juntos ahora la oración del Ángelus


PAPA FRANCISCO INVITA A LLEVAR EL ESPÍRITU DE CRACOVIA A CASA «LA JORNADA MUNDIAL DE LA JUVENTUD COMIENZA HOY Y CONTINÚA MAÑANA».


(RV).- En el inmenso Campus Misericordiae de Cracovia, lugar de la vigilia y, la mañana de este domingo, de la misa final de la Jornada Mundial de la Juventud 2016, resonaron con energía las palabras del Papa Francisco, invitando a los chicos y chicas del mundo a salir al encuentro de Jesús.
Homilía completa del Santo Padre Francisco
Queridos jóvenes: han venido a Cracovia para encontrarse con Jesús. Y el Evangelio de hoy nos habla precisamente del encuentro entre Jesús y un hombre, Zaqueo, en Jericó (cf. Lc 19,1-10). Allí Jesús no se limita a predicar, o a saludar a alguien, sino que quiere —nos dice el Evangelista— cruzar la ciudad (cf. v. 1). Con otras palabras, Jesús desea acercarse a la vida de cada uno, recorrer nuestro camino hasta el final, para que su vida y la nuestra se encuentren realmente.
Tiene lugar así el encuentro más sorprendente, el encuentro con Zaqueo, jefe de los «publicanos», es decir, de los recaudadores de impuestos. Así que Zaqueo era un rico colaborador de los odiados ocupantes romanos; era un explotador de su pueblo, uno que debido a su mala fama no podía ni siquiera acercarse al Maestro. Sin embargo, el encuentro con Jesús cambió su vida, como sucedió, y cada día puede suceder, con cada uno de nosotros. Pero Zaqueo tuvo que superar algunos obstáculos para encontrarse con Jesús: al menos tres, que también pueden enseñarnos algo a nosotros.
El primero es la baja estatura: Zaqueo no conseguía ver al Maestro, porque era bajo. También nosotros podemos hoy caer en el peligro de quedarnos lejos de Jesús porque no nos sentimos a la altura, porque tenemos una baja consideración de nosotros mismos. Esta es una gran tentación, que no sólo tiene que ver con la autoestima, sino que afecta también la fe. Porque la fe nos dice que somos «hijos de Dios, pues ¡lo somos!» (1 Jn 3,1): hemos sido creados a su imagen; Jesús hizo suya nuestra humanidad y su corazón nunca se separará de nosotros; el Espíritu Santo quiere habitar en nosotros; estamos llamados a la alegría eterna con Dios. Esta es nuestra «estatura», esta es nuestra identidad espiritual: somos los hijos amados de Dios, siempre. Entiendan entonces que no aceptarse, vivir infelices y pensar en negativo significa no reconocer nuestra identidad más auténtica: es como darse la vuelta cuando Dios quiere fijar sus ojos en mí; significa querer impedir que se cumpla su sueño en mí. Dios nos ama tal como somos, y no hay pecado, defecto o error que lo haga cambiar de idea. Para Jesús —nos lo muestra el Evangelio—, nadie es inferior y distante, nadie es insignificante, sino que todos somos predilectos e importantes: ¡Tú eres importante! Y Dios cuenta contigo por lo que eres, no por lo que tienes: ante él, nada vale la ropa que llevas o el teléfono móvil que utilizas; no le importa si vas a la moda, le importas tú. A sus ojos, vales, y lo que vales no tiene precio.
Cuando en la vida sucede que apuntamos bajo en vez de a lo alto, nos puede ser de ayuda esta gran verdad: Dios es fiel en su amor, y hasta obstinado. Nos ayudará pensar que nos ama más de lo que nosotros nos amamos, que cree en nosotros más que nosotros mismos, que está siempre de nuestra parte, como el más acérrimo de los «hinchas». Siempre nos espera con esperanza, incluso cuando nos encerramos en nuestras tristezas, rumiando continuamente los males sufridos y el pasado. Pero complacerse en la tristeza no es digno de nuestra estatura espiritual. Es más, es un virus que infecta y paraliza todo, que cierra cualquier puerta, que impide que la vida se reavive, que recomience. Dios, sin embargo, es obstinadamente esperanzado: siempre cree que podemos levantarnos y no se resigna a vernos apagados y sin alegría. Porque somos siempre sus hijos amados. Recordemos esto al comienzo de cada día. Nos hará bien decir todas las mañanas en la oración: «Señor, te doy gracias porque me amas; haz que me enamore de mi vida». No de mis defectos, que hay que corregir, sino de la vida, que es un gran regalo: es el tiempo para amar y ser amado.
Zaqueo tenía un segundo obstáculo en el camino del encuentro con Jesús: la vergüenza paralizante. Podemos imaginar lo que sucedió en el corazón de Zaqueo antes de subir a aquella higuera, habrá tenido una lucha afanosa: por un lado, la curiosidad buena de conocer a Jesús; por otro, el riesgo de hacer una figura bochornosa. Zaqueo era un personaje público; sabía que, al intentar subir al árbol, haría el ridículo delante de todos, él, un jefe, un hombre de poder. Pero superó la vergüenza, porque la atracción de Jesús era más fuerte. Habrán experimentado lo que sucede cuando una persona se siente tan atraída por otra que se enamora: entonces sucede que se hacen de buena gana cosas que nunca se habrían hecho. Algo similar ocurrió en el corazón de Zaqueo, cuando sintió que Jesús era de tal manera importante que habría hecho cualquier cosa por él, porque él era el único que podía sacarlo de las arenas movedizas del pecado y de la infelicidad. Y así, la vergüenza paralizante no triunfó: Zaqueo —nos dice el Evangelio— «corrió más adelante», «subió» y luego, cuando Jesús lo llamó, «se dio prisa en bajar» (vv. 4.6.). Se arriesgó y actuó. Esto es también para nosotros el secreto de la alegría: no apagar la buena curiosidad, sino participar, porque la vida no hay que encerrarla en un cajón. Ante Jesús no podemos quedarnos sentados esperando con los brazos cruzados; a él, que nos da la vida, no podemos responderle con un pensamiento o un simple «mensajito».
Queridos jóvenes, no se avergüencen de llevarle todo, especialmente las debilidades, las dificultades y los pecados, en la confesión: Él sabrá sorprenderlos con su perdón y su paz. No tengan miedo de decirle «sí» con toda la fuerza del corazón, de responder con generosidad, de seguirlo. No se dejen anestesiar el alma, sino aspiren a la meta del amor hermoso, que exige también renuncia, y un «no» fuerte al doping del éxito a cualquier precio y a la droga de pensar sólo en sí mismo y en la propia comodidad.
Después de la baja estatura y la vergüenza paralizante, hay un tercer obstáculo que Zaqueo tuvo que enfrentar, ya no en su interior sino a su alrededor. Es la multitud que murmura, que primero lo bloqueó y luego lo criticó: Jesús no tenía que entrar en su casa, en la casa de un pecador. ¿Qué difícil es acoger realmente a Jesús, qué duro es aceptar  a un «Dios, rico en misericordia» (Ef 2,4). Puede que los bloqueen, tratando de hacerles creer que Dios es distante, rígido y poco sensible, bueno con los buenos y malo con los malos. En cambio, nuestro Padre «hace salir su sol sobre malos y buenos» (Mt 5,45), y nos invita al valor verdadero: ser más fuertes que el mal amando a todos, incluso a los enemigos. Puede que se rían de ustedes, porque creen en la fuerza mansa y humilde de la misericordia. No tengan miedo, piensen en cambio en las palabras de estos días: «Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia» (Mt 5,7). Puede que los juzguen como unos soñadores, porque creen en una nueva humanidad, que no acepta el odio entre los pueblos, ni ve las fronteras de los países como una barrera y custodia las propias tradiciones sin egoísmo y resentimiento. No se desanimen: con su sonrisa y sus brazos abiertos predican la esperanza y son una bendición para la única familia humana, tan bien representada aquí por ustedes.
Aquel día, la multitud juzgó a Zaqueo, lo miró con desprecio; Jesús, en cambio, hizo lo contrario: levantó los ojos hacia él (v. 5). La mirada de Jesús va más allá de los defectos para ver a la persona; no se detiene en el mal del pasado, sino que divisa el bien en el futuro; no se resigna frente a la cerrazón, sino que busca el camino de la unidad y de la comunión; en medio de todos, no se detiene en las apariencias, sino que mira al corazón. Con esta mirada de Jesús, pueden hacer surgir una humanidad diferente, sin esperar a que les digan «qué buenos son», sino buscando el bien por sí mismo, felices de conservar el corazón limpio y de luchar pacíficamente por la honestidad y la justicia. No se detengan en la superficie de las cosas y desconfíen de las liturgias mundanas de la apariencia, del maquillaje del alma para aparentar ser mejores. Por el contrario, instalen bien la conexión más estable, la de un corazón que ve y transmite el bien sin cansarse. Y esa alegría que han recibido gratis de Dios, denla gratis (cf. Mt 10,8), porque son muchos los que la esperan.
Escuchamos por último las palabras de Jesús a Zaqueo, que parecen dichas a propósito para nosotros en este momento: «Date prisa y baja, porque es necesario que hoy me quede en tu casa» (v. 5). Jesús te dirige la misma invitación: «Hoy tengo que alojarme en tu casa». La Jornada Mundial de la Juventud, podríamos decir, comienza hoy y continúa mañana, en casa, porque es allí donde Jesús quiere encontrarnos a partir de ahora. El Señor no quiere quedarse solamente en esta hermosa ciudad o en los recuerdos entrañables, sino que quiere venir a tu casa, vivir tu vida cotidiana: el estudio y los primeros años de trabajo, las amistades y los afectos, los proyectos y los sueños. Cómo le gusta que todo esto se lo llevemos en la oración. Él espera que, entre tantos contactos y chats de cada día, el primer puesto lo ocupe el hilo de oro de la oración. Cuánto desea que su Palabra hable a cada una de tus jornadas, que su Evangelio sea tuyo, y se convierta en tu «navegador» en el camino de la vida.
Jesús, a la vez que te pide ir a tu casa, como hizo con Zaqueo, te llama por tu nombre. Tu nombre es precioso para él. El nombre de Zaqueo evocaba, en la lengua de la época, el recuerdo de Dios. Fiarse del recuerdo de Dios: su memoria no es un «disco duro» que registra y almacena todos nuestros datos, sino un corazón tierno de compasión, que se regocija eliminando definitivamente cualquier vestigio del mal. Procuremos también nosotros ahora imitar la memoria fiel de Dios y custodiar el bien que hemos recibido en estos días. En silencio hagamos memoria de este encuentro, custodiemos el recuerdo de la presencia de Dios y de su Palabra, reavivemos en nosotros la voz de Jesús que nos llama por nuestro nombre. Así pues, recemos en silencio, recordando, dando gracias al Señor que nos ha traído aquí y ha querido encontrarnos.
(Raúl Cabrera- Radio Vaticano)



EL PAPA CON LOS JÓVENES EN LA VIGILIA: «JESÚS QUIERE CONSTRUIR EL FUTURO CONTIGO. ¿TE ANIMAS?»

Palabras del Papa: 
Queridos jóvenes, ¡buenas tardes!
Es bueno estar aquí con ustedes en esta Vigilia de oración.
Al terminar su valiente y conmovedor testimonio, Rand nos pedía algo. Nos decía: «Les pido encarecidamente que recen por mi amado país». Una historia marcada por la guerra, el dolor, la pérdida, que finaliza con un pedido: el de la oración. Qué mejor que empezar nuestra vigilia rezando.
Venimos desde distintas partes del mundo, de continentes, países, lenguas, culturas, pueblos diferentes. Somos «hijos» de naciones, que quizá pueden estar enfrentadas luchando por diversos conflictos, o incluso estar en guerra. Otros venimos de países que pueden estar en «paz», que no tienen conflictos bélicos, donde muchas de las cosas dolorosas que suceden en el mundo sólo son parte de las noticias y de la prensa. Pero seamos conscientes de una realidad: para nosotros, hoy y aquí, provenientes de distintas partes del mundo, el dolor, la guerra que viven muchos jóvenes, deja de ser anónima, deja de ser una noticia de prensa, tiene nombre, tiene rostro, tiene historia, tiene cercanía. Hoy la guerra en Siria, es el dolor y el sufrimiento de tantas personas, de tantos jóvenes como el valiente Rand, que está aquí entre nosotros pidiéndonos que recemos por su amado país.
Existen situaciones que nos pueden resultar lejanas hasta que, de alguna manera, las tocamos. Hay realidades que no comprendemos porque sólo las vemos a través de una pantalla (del celular o de la computadora). Pero cuando tomamos contacto con la vida, con esas vidas concretas no ya mediatizadas por las pantallas, entonces nos pasa algo importante, todos sentimos la invitación a involucrarnos: «No más ciudades olvidadas», como dice Rand: ya nunca puede haber hermanos «rodeados de muerte y homicidios» sintiendo que nadie los va a ayudar. Queridos amigos, los invito a que juntos recemos por el sufrimiento de tantas víctimas fruto de la guerra, esta guerra que está hoy en el mundo, para que de una vez por todas podamos comprender que nada justifica la sangre de un hermano, que nada es más valioso que la persona que tenemos al lado. Y en este pedido de oración también quiero agradecerles a Natalia y a Miguel, porque ustedes también nos han compartido sus batallas, sus guerras interiores. Nos han mostrado sus luchas y cómo hicieron para superarlas. Ustedes son signo vivo de lo que la misericordia quiere hacer en nosotros.
Nosotros ahora no vamos a gritar ahora contra nadie, no vamos a pelear, no queremos destruir, no queremos insultar. Nosotros no queremos vencer el odio con más odio, vencer la violencia con más violencia, vencer el terror con más terror. Nosotros hoy estamos aquí, porque el Señor nos ha convocado. Y nuestra respuesta a este mundo en guerra tiene un nombre: se llama fraternidad, se llama hermandad, se llama comunión, se llama familia. Celebremos el venir de culturas diferentes y nos unimos para rezar. Que nuestra mejor palabra, que nuestro mejor discurso, sea unirnos en oración. Hagamos un momento de silencio y recemos; pongamos ante el Señor los testimonios de estos amigos, identifiquémonos con aquellos para quienes «la familia es un concepto inexistente, y la casa sólo un lugar donde dormir y comer», o con quienes viven con el miedo de creer que sus errores y pecados los han dejado definitivamente afuera. Pongamos también las «guerras» de ustedes, nuestras guerras, las luchas que cada uno trae consigo, dentro de su corazón, en presencia de nuestro Dios. Y por esto, por estar en familia, en hermandad, todos juntos, les invito a levantaros, a tomaros de la mano y a rezar en silencio. Todos.
[Silencio]
Mientras rezábamos, me venía la imagen de los Apóstoles el día de Pentecostés. Una escena que nos puede ayudar a comprender todo lo que Dios sueña hacer en nuestra vida, en nosotros y con nosotros. Aquel día, los discípulos estaban encerrados por miedo. Se sentían amenazados por un entorno que los perseguía, que los arrinconaba en una pequeña habitación, obligándolos a permanecer quietos y paralizados. El temor se había apoderado de ellos. En ese contexto, pasó algo espectacular, algo grandioso. Vino el Espíritu Santo y unas lenguas como de fuego se posaron sobre cada uno, impulsándolos a una aventura que jamás habrían soñado. La cosa cambia totalmente.
Hemos escuchado tres testimonios, hemos tocado, con nuestros corazones, sus historias, sus vidas. Hemos visto cómo ellos, al igual que los discípulos, han vivido momentos similares, han pasado momentos donde se llenaron de miedo, donde parecía que todo se derrumbaba. El miedo y la angustia que nace de saber que al salir de casa uno puede no volver a ver a los seres queridos, el miedo a no sentirse valorado ni querido, el miedo a no tener otra oportunidad. Ellos nos compartieron la misma experiencia que tuvieron los discípulos, han experimentado el miedo que sólo conduce a un lugar. ¿Dónde nos lleva el miedo? al encierro. Y cuando el miedo se a covacha en el encierro siempre va acompañado por su «hermana gemela»: la parálisis, sentirnos paralizados. Sentir que en este mundo, en nuestras ciudades, en nuestras comunidades, no hay ya espacio para crecer, para soñar, para crear, para mirar horizontes, en definitiva para vivir, es de los peores males que se nos puede meter en la vida. Es más, en la juventud. La parálisis nos va haciendo perder el encanto de disfrutar del encuentro, de la amistad; el encanto de soñar juntos, de caminar con los demás. Nos aleja de los otros, nos impide apretar la mano. Como hemos visto, todos cerrados en aquellas pequeñas habitaciones de cristal.
Pero en la vida hay otra parálisis todavía más peligrosa y muchas veces difícil de identificar; y que nos cuesta mucho descubrir. Me gusta llamarla la parálisis que nace cuando se confunde «felicidad» con un «sofá/kanapa (canapé)». Sí, creer que para ser feliz necesitamos un buen sofá/canapé. Un sofá que nos ayude a estar cómodos, tranquilos, bien seguros. Un sofá —como los que hay ahora modernos con masajes adormecedores incluidos— que nos garantiza horas de tranquilidad para trasladarnos al mundo de los videojuegos y pasar horas frente a la computadora. Un sofá contra todo tipo de dolores y temores. Un sofá que nos haga quedarnos en casa encerrados, sin fatigarnos ni preocuparnos. La «sofá-felicidad», «kanapa-szczęście», es probablemente la parálisis silenciosa que más nos puede perjudicar, que más puede fastidiar la juventud. Y por qué pasa esto Padre? ya que poco a poco, sin darnos cuenta, nos vamos quedando dormidos, nos vamos quedando embobados y atontados – antes de ayer hablaba de los jóvenes que van en pensión con 20 años; hoy hablo de los jóvenes adormentados, embobados, atontados- mientras otros —quizás los más vivos, pero no los más buenos— deciden el futuro por nosotros. Es cierto, para muchos es más fácil y beneficioso tener a jóvenes embobados y atontados que confunden felicidad con un sofá; para muchos eso les resulta más conveniente que tener jóvenes despiertos, inquietos respondiendo al sueño de Dios y a todas las aspiraciones del corazón.
A ustedes les pregunto, quieren ser jóvenes adormentados, embobados y atontados? (responden: noooo) ¿Quieren que otros decidan el futuro por ustedes? (responden: noooo) ¿quieren ser libres? (responden: siiii) ¿quieren ser despiertos? (responden: siiiii) ¿quieren luchar por su futuro? (responden: siiiii) No están muy convencidos, eh? ¿Quieren luchar por vuestro futuro? (gritan: siii).
Pero la verdad es otra: queridos jóvenes, no vinimos a este mundo a «vegetar», a pasarla cómodamente, a hacer de la vida un sofá que nos adormezca; al contrario, hemos venido a otra cosa, a dejar una huella. Es muy triste pasar por la vida sin dejar una huella. Pero cuando optamos por la comodidad, por confundir felicidad con consumir, entonces el precio que pagamos es muy, pero que muy caro: perdemos la libertad. No somos libres de dejar una huella. Perdemos la libertad. Este es el precio. Y hay tanta gente que quiere que los jóvenes no sean libres; hay tanta gente que no os quiere, que os quiere atontados, embobados, adormentados: pero nunca libres! No esto no. Tenemos que defender nuestra libertad.
Ahí está precisamente una gran parálisis, cuando comenzamos a pensar que felicidad es sinónimo de comodidad, que ser feliz es andar por la vida dormido o narcotizado, que la única manera de ser feliz es ir como atontado. Es cierto que la droga hace mal, pero hay muchas otras drogas socialmente aceptadas que nos terminan volviendo tanto o más esclavos. Unas y otras nos despojan de nuestro mayor bien: la libertad. Nos quitan la libertad.
Amigos, Jesús es el Señor del riesgo, el Señor del siempre «más allá». Jesús no es el Señor del confort, de la seguridad y de la comodidad. Para seguir a Jesús, hay que tener una cuota de valentía, hay que animarse a cambiar el sofá por un par de zapatos que te ayuden a caminar por caminos nunca soñados y menos pensados, por caminos que abran nuevos horizontes, capaces de contagiar alegría, esa alegría que nace del amor de Dios, la alegría que deja en tu corazón cada gesto, cada actitud de misericordia. Ir por los caminos siguiendo la «locura» de nuestro Dios que nos enseña a encontrarlo en el hambriento, en el sediento, en el desnudo, en el enfermo, en el amigo caído en desgracia, en el que está preso, en el prófugo y el emigrante, en el vecino que está solo. Ir por los caminos de nuestro Dios que nos invita a ser actores políticos, pensadores, movilizadores sociales. Que nos incita a pensar una economía más solidaria que esta. En todos los ámbitos en los que ustedes se encuentren, ese amor de Dios nos invita llevar la buena nueva, haciendo de la propia vida un homenaje a él y a los demás. Y esto significa tener coraje, esto significa ser libres.
Podrán decirme: «Padre pero eso no es para todos, sólo es para algunos elegidos». Sí, y estos elegidos son todos aquellos que estén dispuestos a compartir su vida con los demás. De la misma manera que el Espíritu Santo transformó el corazón de los discípulos el día de Pentecostés, lo hizo también con nuestros amigos que compartieron sus testimonios. Uso tus palabras, Miguel, vos nos decías que el día que en la Facenda te encomendaron la responsabilidad de ayudar a que la casa funcionara mejor, ahí comenzaste a entender que Dios pedía algo de ti. Así comenzó la transformación.
Ese es el secreto, queridos amigos, que todos estamos llamados a experimentar. Dios espera algo de ti, ¿han entendido? Dios espera algo de ti. Dios quiere algo de ti, Dios te espera a ti. Dios viene a romper nuestras clausuras, viene a abrir las puertas de nuestras vidas, de nuestras visiones, de nuestras miradas. Dios viene a abrir todo aquello que te encierra. Te está invitando a soñar, te quiere hacer ver que el mundo con vos puede ser distinto. Eso sí, si vos no ponéis lo mejor de vos, el mundo no será distinto. Es un reto.
El tiempo que hoy estamos viviendo, no necesita jóvenes-sofá, młody-kanapa, sino jóvenes con zapatos; mejor aún, con los botines puestos. Este tiempo sólo acepta jugadores titulares en la cancha, no hay espacio para suplentes. El mundo de hoy les pide que sean protagonistas de la historia porque la vida es linda siempre y cuando queramos vivirla, siempre y cuando queramos dejar una huella. La historia hoy nos pide que defendamos nuestra dignidad y no dejemos que sean otros los que decidan nuestro futuro. ¡No! Nosotros tenemos que decidir nuestro futuro, vosotros el vuestro! El Señor, al igual que en Pentecostés, quiere realizar uno de los mayores milagros que podamos experimentar: hacer que tus manos, mis manos, nuestras manos se transformen en signos de reconciliación, de comunión, de creación. Él quiere tus manos para seguir construyendo el mundo de hoy. Él quiere construirlo con vos. Y tú, ¿qué respondes? ¿Qué respondes tú? ¿Sí o no? (responden: siiii)
Me dirás, Padre, pero yo soy muy limitado, soy pecador, ¿qué puedo hacer? Cuando el Señor nos llama no piensa en lo que somos, en lo que éramos, en lo que hemos hecho o de dejado de hacer. Al contrario: él, en ese momento que nos llama, está mirando todo lo que podríamos dar, todo el amor que somos capaces de contagiar. Su apuesta siempre es al futuro, al mañana. Jesús te proyecta al horizonte. Nunca al museo.
Por eso, amigos, hoy Jesús te invita, te llama a dejar tu huella en la vida, una huella que marque la historia, que marque tu historia y la historia de tantos.
La vida de hoy nos dice que es mucho más fácil fijar la atención en lo que nos divide, en lo que nos separa. Pretenden hacernos creer que encerrarnos es la mejor manera para protegernos de lo que nos hace mal. Hoy los adultos necesitamos de ustedes, ¡nosotros adultos! que nos enseñen –como hacen ahora ustedes hoy- a convivir en la diversidad, en el diálogo, en compartir la multiculturalidad, no como una amenaza sino, como una oportunidad. Y ustedes son una oportunidad para el futuro. Tengan valentía para enseñarnos a nosotros que es más fácil construir puentes que levantar muros. Tenemos necesidad de aprender esto. Y todos juntos pidamos que nos exijan transitar por los caminos de la fraternidad. Que sean ustedes nuestros acusadores, si nosotros elegimos la vida de los muros, la vida de la enemistad, la via de la guerra.  Construir puentes: ¿Saben cuál es el primer puente a construir? Un puente que podemos realizarlo aquí y ahora: estrecharnos la mano, darnos la mano. Anímense, hagan ahora, hagan este puente humano, dense la mano, todos ustedes, es el puente primordial, es el puente humano, es el primero y el modelo. Siempre está el riesgo –lo dije el otro día- de continuar con la mano extendida. Pero en la vida se necesita arriesgas: quien no arriesga no gana. Con este puente sigamos adelante. Aquí este puente primordial: agarramos la mano. Gracias. Es el gran puente fraterno, y ojalá aprendan a hacerlo los grandes de este mundo... pero no para la fotografía, eh? Que se dan la mano y después piensan en otra cosa; sino para seguir construyendo puentes más y más grandes. Que éste puente humano sea semilla de tantos otros; será una huella.
Hoy Jesús, que es la vida, a ti, a ti, a ti, a ti, te llama a dejar tu huella en la historia. Él, que es la vida, te invita a dejar una huella que llene de vida tu historia y la de tantos otros. Él, que es la verdad, te invita a desandar los caminos del desencuentro, la división y el sinsentido. ¿Te animas? (responden siiii) ¿Qué responden ahora – yo lo quiero ver- tus manos y tus pies al Señor, que es camino, verdad y vida? ¿Te animas? Que el Señor bendiga tus sueños tus sueños. Gracias!


El papa Francisco en Polonia. Vigilia con los jóvenes de la JMJ

29 de julio de 2016

EN EL SALUDO DE LA NOCHE PAPA FRANCISCO RECUERDA A LOS "CRISTOS DE HOY"

Auschwitz y Birkenau, ¡Cuanto dolor y cuanta crueldad!, exclamó. Y pidió: “recemos por tantos niños enfermos inocentes que llevan la cruz”

Francisco en el arzobispado, en el saludo de la noche (CTV) 
Francisco En El Arzobispado, En El Saludo De La Noche (CTV)
Diciendo con énfasis “Dobry wieczór” (buenas tardes en idioma polaco) el santo padre Francisco saludó a los miles de fieles que se congregaron al atardecer, delante del arzobispado de Cracovia, para darle el último saludo de este tercer día de su viaje apostólico en Polonia.
“Hoy fue un día muy especial”, indicó Francisco, si bien de dolor, con el Vía Crucis rezado con los jóvenes, e invitó a pensar “no solo el de hace dos mil años atrás, sino también con los que sufren hoy”. Y precisó: “Los enfermos, los que están en guerra, los sin techo, los hambrientos, los que tienen dudas en la vida, que no sienten la felicidad de la salvación o que se sienten culpables del propio pecado”.
Y recordó que la tarde de este viernes tuvo un lado triste, porque estuvo en el hospital pediátrico y con ello le vino la pregunta, ¿por qué sufren los niños? En cambio por la mañana fue a los campos de concentración de Auschwitz y Birkenau.
“¡Cuanto dolor y cuanta crueldad!, exclamó. ¿Es posible que nosotros hombres creados a imagen de Dios seamos capaces de hacer estas cosas?, se interrogó el Pontífice y precisó: “estas cosas fueron hechas”.
“A esta realidad Jesús vino para llevarla en las propias espaldas, y nos pide de rezar” aseguró. Y pidió que recemos “por todos los Jesús que hoy hay en el mundo”
“Recemos por tantos niños enfermos inocentes que llevan la cruz desde niños. Recemos por tantos hombres y mujeres que son torturados en tantos países del mundo. Por los encarcelados que están hacinados como si fueran animales”.
Señaló que si esto es realidad “también lo es que Jesús ha cargado sobre sí todas estas cosas incluso nuestro pecado”. Y si bien “todos somos pecadores, él nos ama porque somos hijos de Dios”.
“Cuando hay lagrimas –concluyó Francisco– el niño busca a su mamá, también nosotros pecadores busquemos a la madre y recemos a la Virgen cada uno en su propio idioma”.

 Fuente: ZENIT

EL PAPA PIDE A LOS JÓVENES EN EL VÍA CRUCIS DE LA MISERICORDIA QUE SEAN «SEMBRADORES DE ESPERANZA»

DISCURSO DE PAPA FRANCISCO:  
«Tuve hambre y me disteis de comer,
tuve sed y me disteis de beber,
fui forastero y me hospedasteis,
estuve desnudo y me vestisteis,
enfermo y me visitasteis,
en la cárcel y vinisteis a verme» (Mt 25,35-36).
Estas palabras de Jesús responden a la pregunta que a menudo resuena en nuestra mente y en nuestro corazón: «¿Dónde está Dios?». ¿Dónde está Dios, si en el mundo existe el mal, si hay gente que pasa hambre o sed, que no tienen hogar, que huyen, que buscan refugio? ¿Dónde está Dios cuando las personas inocentes mueren a causa de la violencia, el terrorismo, las guerras? ¿Dónde está Dios, cuando enfermedades terribles rompen los lazos de la vida y el afecto? ¿O cuando los niños son explotados, humillados, y también sufren graves patologías? ¿Dónde está Dios, ante la inquietud de los que dudan y de los que tienen el alma afligida? Hay preguntas para las cuales no hay respuesta humana. Sólo podemos mirar a Jesús, y preguntarle a él. Y la respuesta de Jesús es esta: «Dios está en ellos», Jesús está en ellos, sufre en ellos, profundamente identificado con cada uno. Él está tan unido a ellos, que forma casi como «un solo cuerpo».
Jesús mismo eligió identificarse con estos hermanos y hermanas que sufren por el dolor y la angustia, aceptando recorrer la vía dolorosa que lleva al calvario. Él, muriendo en la cruz, se entregó en las manos del Padre y, con amor que se entrega, cargó consigo las heridas físicas, morales y espirituales de toda la humanidad. Abrazando el madero de la cruz, Jesús abrazó la desnudez y el hambre, la sed y la soledad, el dolor y la muerte de los hombres y mujeres de todos los tiempos. En esta tarde, Jesús —y nosotros con él— abraza con especial amor a nuestros hermanos sirios, que huyeron de la guerra. Los saludamos y acogemos con amor fraternal y simpatía.
Recorriendo el Via Crucis de Jesús, hemos descubierto de nuevo la importancia de configurarnos con él mediante las 14 obras de misericordia. Ellas nos ayudan a abrirnos a la misericordia de Dios, a pedir la gracia de comprender que sin la misericordia no se puede hacer nada, sin la misericordia yo, tú, todos nosotros, no podemos hacer nada. Veamos primero las siete obras de misericordia corporales: dar de comer al hambriento; dar de beber al sediento; vestir al desnudo; acoger al forastero; asistir al enfermo; visitar a los presos; enterrar a los muertos. Gratis lo hemos recibido, gratis lo hemos de dar. Estamos llamados a servir a Jesús crucificado en toda persona marginada, a tocar su carne bendita en quien está excluido, tiene hambre o sed, está desnudo, preso, enfermo, desempleado, perseguido, refugiado, emigrante. Allí encontramos a nuestro Dios, allí tocamos al Señor. Jesús mismo nos lo ha dicho, explicando el «protocolo» por el cual seremos juzgados: cada vez que hagamos esto con el más pequeño de nuestros hermanos, lo hacemos con él (cf. Mt 25,31-46).
Después de las obras de misericordia corporales vienen las espirituales: dar consejo al que lo necesita, enseñar al que no sabe, corregir al que yerra, consolar al triste, perdonar las ofensas, soportar con paciencia a las personas molestas, rogar a  Dios por los vivos y por los difuntos. Nuestra credibilidad como cristianos depende del modo en que acogemos a los marginados que están heridos en el cuerpo y al pecador herido en el alma. En la acogida del emigrado que está herido en su cuerpo y en la acogida del pecador que está herido en el alma, se juega nuestra credibilidad como cristianos!¡No en las ideas: ahí!
Hoy la humanidad necesita hombres y mujeres, y en especial jóvenes como vosotros, que no quieran vivir sus vidas «a medias», jóvenes dispuestos a entregar sus vidas para servir generosamente a los hermanos más pobres y débiles, a semejanza de Cristo, que se entregó completamente por nuestra salvación. Ante el mal, el sufrimiento, el pecado, la única respuesta posible para el discípulo de Jesús es el don de sí mismo, incluso de la vida, a imitación de Cristo; es la actitud de servicio. Si uno, que se dice cristiano, no vive para servir, no sirve para vivir. Con su vida reniega de Jesucristo.
En esta tarde, queridos jóvenes, el Señor os invita de nuevo a que seáis protagonistas de vuestro servicio; quiere hacer de vosotros una respuesta concreta a las necesidades y sufrimientos de la humanidad; quiere que seáis un signo de su amor misericordioso para nuestra época. Para cumplir esta misión, él os señala la vía del compromiso personal y del sacrificio de sí mismo: es la vía de la cruz. La vía de la cruz es la vía de la felicidad de seguir a Cristo hasta el final, en las circunstancias a menudo dramáticas de la vida cotidiana; es la vía que no teme el fracaso, el aislamiento o la soledad, porque colma el corazón del hombre de la plenitud de Cristo. La vía de la cruz es la vía de la vida y del estilo de Dios, que Jesús manda recorrer a través también de los senderos de una sociedad a veces dividida, injusta y corrupta.
La vía de la cruz no es una actitud sadomasoquista: la vía de la cruz es la única que vence el pecado, el mal y la muerte, porque desemboca en la luz radiante de la resurrección de Cristo, abriendo el horizonte a una vida nueva y plena. Es la vía de la esperanza y del futuro. Quien la recorre con generosidad y fe, da esperanza y futuro a la humanidad. Quien la recorre con generosidad y con fe, siembra esperanza. Y yo querría que ustedes fueran sembradores de esperanza.

Queridos jóvenes, en aquel Viernes Santo muchos discípulos regresaron a sus casas tristes, otros prefirieron ir al campo para olvidar un poco la cruz. Les pregunto: pero respondan cada uno en silencio, en su corazón, en el propio corazón ¿Cómo deseáis regresar esta noche a vuestras casas, a vuestros alojamientos, a vuestras tiendas? ¿Cómo deseáis volver esta noche a encontraros con vosotros mismos? El mundo nos mira. Corresponde a cada uno de vosotros responder al desafío de esta pregunta.

El papa Francisco en Polonia. Vía Crucis con los jóvenes

EL PAPA FRANCISCO EN AUSCHWITZ Y BIRKENAU: GRITO SILENCIOSO HECHO ORACIÓN QUE INVOCA LA PAZ

Elevando a Dios el corazón lleno de dolor, hecho oración silenciosa, el Papa Francisco peregrinó a los campos de concentración y exterminio de Auschwitz y Birkenau. La mañana del tercer día de su Viaje Apostólico que le llevó a Polonia, para la JMJ de Cracovia 2016, se caracterizó por la intensidad del silencio rezado en los lugares donde el odio y la guerra marcaron e hirieron el alma de la humanidad.

Firmando el Libro de Honor, el Papa Francisco - tercer Pontífice en peregrinar a Auschwitz, después de San Juan Pablo II y de Benedicto XVI - escribió en español:

«Señor ten piedad de tu pueblo, Señor, perdón por tanta crueldad» 

Quedan escritas estas palabras del Papa Bergoglio, que se suman a la emoción de su llegada y de su paso bajo la tristemente célebre inscripción «El trabajo hace libres», en el que fue el mayor centro de exterminio de la historia nazi, donde murió más de un millón de personas, la mayoría de ellas judías. Y quedan grabadas también las imágenes de los momentos en que el Obispo de Roma fue saludando uno a uno a once supervivientes. Así como el haberlo visto en oración en el patio donde eran llamados los condenados a muerte, donde San Maximiliano Kolbe se ofreció para salvar a un padre de familia, coincidiendo además con el día en que se cumplen 75 años de ese gesto. El momento en el bajó a la celda donde este santo mártir fue encerrado para que muriera de hambre y de sed, donde vimos la oración del Papa arrodillado.  Su oración ante el muro de la muerte, donde se acercó apoyando su mano, después de encender una lámpara de aceite en conmemoración de las víctimas, que dejó como recuerdo de su peregrinación.

Peregrinación que prosiguió hasta el cercano campo de Birkenau, donde el Papa Francisco se detuvo ante el Monumento a las víctimas de las naciones fue pasando ante las lápidas que en 23 lenguas dicen: «Por siempre deja que este lugar sea un llanto de desamparo, una advertencia a la humanidad, donde los nazis asesinaron alrededor de 1 millón y medio de hombres, mujeres y niños, en su mayoría judíos de distintos países de Europa».

La visita y homenaje de oración y recogimiento callado en el dolor del Papa Francisco, culminó con el emocionado encuentro con un grupo de Justos de las naciones, tras el canto del salmo 130, el De Profundis.

(CdM – RV)

EL PAPA REZA EN SILENCIO ANTE EL HORROR VIVIDO EN AUSCHWITZ


La oración ha sido la guía de la visita al campo de concentración de exterminio nazii


El Papa en Auschwitz

(ZENIT – Roma).- Macht arbeit frei”, “El trabajo os hace libres”,  se lee todavía en la inscripción en la puerta de la entrada al campo de concentración de exterminio nazi en Auschwitz. Un lugar que no deja indiferente, un lugar en que el ser humano realizó y padeció grandes horrores. Un lugar en el que muchos años después, todavía se puede sentir y percibir el dolor que allí se sufrió. Hasta ahí se ha dirigido hoy el Santo Padre, en una visita realizada en profundo silencio y actitud de recogimiento. Sin discursos ni protocolos. Es la primera vez que Francisco visita este lugar y él ha querido hacerlo de este modo, sin palabras que distraigan. 
De este modo, el Santo Padre ha entrado en el campo Auschwitz-Birkenau a pie, y caminando solo ha atravesado la entrada. Después, ha subido a un pequeño coche eléctrico y se ha dirigido hacia la “plaza del llamamiento” y sentado ha rezado durante unos minutos. Desde allí se ha dirigo a la entrada del “Bloque 11” y ha saludado a diez supervivientes. Con mucha ternura y atención les escuchaba y les abrazaba. 
El Papa entra a Auschwitz
El último al que ha saludado le ha entregado una vela que el Pontífice ha encendido y ofrecido como regalo al campo de concentración. Y de nuevo, un momento de oración frente al Muro de la Muerte, donde ha depositado la vela. 
Uno de los momentos más conmovedores se ha vivido cuando el Santo Padre ha entrado en la celda del hambre, la celda del martirio de san Maximiliano Kolbe, sacerdote polaco que ofreció su vida por la de otro preso. En silencio y sentado, Francisco ha orado de nuevo en este pequeño y oscuro lugar de tortura, en el que dejaban morir a los presos de hambre y sed. A continuación ha firmado en el Libro de Honor, donde ha escrito en español: “¡Señor, ten piedad de tu pueblo! ¡Señor, perdón por tanta crueldad!”.
Para completar la visita, el papa Francisco ha acudido también a la otra parte del campo de concentración, la conocida como Birkenau. Se trata de 175 hectáreas de terreno. Allí, los nazis construyeron la mayor parte de las instalaciones de exterminio: 4 crematorios con las cámaras de gas y 2 cámaras de gas provisionales. Fueron construidos 300 barracones de madera para alojar a los presos condenados a trabajos forzosos y una muerte lenta. El número de detenidos en agosto de 1944 llegó a los 100 mil. 
Hoy eran mil las personas que esperaban allí la llegada del Pontífice. Francisco ha caminado frente a las tumbas conmemorativas con inscripciones en las distintas lenguas de las víctimas. Y de nuevo momento de oración silenciosa. Después, ha encendido una vela. Para concluir, ha saludado a 25 justos entre las naciones, personas no judías que prestaron ayuda de manera altruista y singular a las víctimas de la persecución nazi. 
La intensa y conmovedora visita del Santo Padre a este lugar de horror y destrucción ha finalizado con el Salmo 130, el De Profundis, cantado en hebreo por el rabino, y después leído en polaco por un superviviente. 
Las tropas nazis invadieron Polonia el 1 de septiembre de 1939, y 17 días después las tropas soviéticas entraron también en el país, repartiéndose así el territorio de la Segunda República de Polonia. En la parte anexa del Tercer Reich, el comando nazi cambia el nombre de la ciudad polaca de Oświęcim por “Auschwitz” y crea a sus alrededores el campo de concentración. 
El campo estuvo activo hasta el día de su liberación, el 27 de enero de 1945. En los casi cinco años que estuvo abierto, murieron en este lugar más de un millón de judíos europeos, 23 mil gitanos, 15 mil prisioneros de guerra soviéticos y decenas de miles de ciudadanos de otras nacionalidades. 
Al principio, los nazis mandaron a la muerte sobre todo a prisioneros políticos polacos, en total unos 150 mil. Con el paso del tiempo, mandaron también a este campo a prisioneros de otras nacionalidades y en la primavera de 1942 comenzaron con el exterminio de los judíos. 
Tanto Juan Pablo II como Benedicto XVI visitaron este lugar. El papa polaco lo hizo en su primer viaje a Polonia como Pontífice, el 7 de junio de 1979. En la misa que celebró en el campo de concentración de Auschwitz-Birkenau, san Juan Pablo II recordó que “jamás una nación puede desarrollarse a costa de otra, a precio de servidumbre del otro, a precio de conquista, de ultraje, de explotación y de muerte”. Y habló de este lugar como el “Gólgota del mundo contemporáneo”. 
Por su parte, Benedicto XVI lo visitó el 28 de mayo de 2006. En su discurso, recordó que “el papa Juan Pablo II estaba aquí como hijo del pueblo polaco”. Yo –dijo Benedicto XVI– estoy hoy aquí como hijo del pueblo alemán, y precisamente por esto debía venir aquí. Asimismo, aseguró que “era y es un deber ante la verdad y ante el derecho de todos los que han sufrido, un deber ante Dios, estar aquí como sucesor de Juan Pablo II y como hijo del pueblo alemán, como hijo del pueblo sobre el cual un grupo de criminales alcanzó el poder mediante promesas mentirosas, en nombre de perspectivas de grandeza, de recuperación del honor de la nación y de su importancia, con previsiones de bienestar, y también con la fuerza del terror y de la intimidación; así, usaron y abusaron de nuestro pueblo como instrumento de su frenesí de destrucción y dominio”.

MULTIPLIQUEMOS LAS OBRAS DE LA CULTURA DE LA ACOGIDA, INVITÓ FRANCISCO EN EL HOSPITAL PEDIÁTRICO DE PROKOCIM


Texto completo de las palabras del Papa 
Queridos hermanos y hermanas:
No podía faltar, en esta mi visita a Cracovia, el encuentro con los pequeños ingresados en este hospital. Los saludo a todos y agradezco de corazón al Primer Ministro las amables palabras que me ha dirigido. Me gustaría poder estar un poco cerca de cada niño enfermo, junto a su cama, abrazarlos uno a uno, escuchar por un momento a cada uno de vosotros y juntos guardar silencio ante las preguntas para las que no existen respuestas inmediatas. Y rezar.
El Evangelio nos muestra en repetidas ocasiones al Señor Jesús que encuentra a enfermos, los acoge, y también que va con gusto a encontrarlos. Él siempre se fija en ellos, los mira como una madre mira al hijo que no está bien, siente vibrar dentro de ella la compasión.
Cómo quisiera que, como cristianos, fuésemos capaces de estar al lado de los enfermos como Jesús, con el silencio, con una caricia, con la oración. Nuestra sociedad, por desgracia, está contaminada por la cultura del «descarte», que es lo contrario de la cultura de la acogida. Y las víctimas de la cultura del descarte son precisamente las personas más débiles, más frágiles; esto es una crueldad. Sin embargo es hermoso ver que, en este hospital, los más pequeños y necesitados son acogidos y cuidados. Gracias por este signo de amor que nos ofrecen. Esto es el signo de la verdadera civilización, humana y cristiana: poner en el centro de la atención social y política las personas más desfavorecidas.
A veces, las familias se encuentran solas para hacerse cargo de ellos. ¿Qué hacer? Desde este lugar, donde se ve el amor concreto, diría: multipliquemos las obras de la cultura de la acogida, obras animadas por el amor cristiano, el amor a Jesús crucificado, a la carne de Cristo. Servir con amor y ternura a las personas que necesitan ayuda nos hace crecer a todos en humanidad; y nos abre el camino a la vida eterna: quien practica las obras de misericordia, no tiene miedo de la muerte.
Animo a todos los que han hecho de la invitación evangélica a «visitar a los enfermos» una opción personal de vida: médicos, enfermeros, todos los trabajadores de la salud, así como los capellanes y voluntarios. Que el Señor los ayude a realizar bien su trabajo, en éste como en cualquier otro hospital del mundo.
No quisiera olvidar, aquí, el trabajo de las religiosas, tantas monjas, que donan la vida en los hospitales.
Que el Señor los recompense dándoles paz interior y un corazón siempre capaz de ternura. Gracias a todos por este encuentro. Los llevo conmigo en el afecto y la oración. Y también ustedes, por favor, no se olviden de rezar por mí.



QUERIDOS JÓVENES, !FINALMENTE NOS ENCONTRAMOS!”

JMJ Texto completo de las palabras del papa Francisco a los jóvenes en el parque de Blonia, en Cracovia

 ¡Finalmente nos encontramos! exclamó el papa Francisco al dirigir sus palabras a los cientos de miles de jóvenes que le esperaban en el Parque Blonia, a pocos kilómetros del centro de Cracovia. De hecho el Santo Padre había tenido ayer miércoles dos encuentros parciales con los jóvenes: en video con ‘La fiesta de los italianos’, y desde el balcón del Palacio Arzobispal.

Hoy por la mañana en cambio fue la misa ante miles de personas en el Santuario de Czestochowa, pero este es el primer encuentro con la totalidad de los jóvenes, unos 600 mil según se ha calculado.

El Papa en sus palabras agradeció a san Juan Pablo II “que soñó e impulsó estos encuentros” y recordó que “Jesús es quien nos ha convocado” y nos enseña: “Felices aquellos que saben perdonar, que saben tener un corazón compasivo, que saben dar lo mejor de sí a los demás”.

Francisco en el parque Blonia

Cuando Jesús toca el corazón de un joven, de una joven, este es capaz de actos verdaderamente grandiosos, dijo. En campo es triste encontrar a jóvenes que parecen haberse «jubilado» antes de tiempo, que «tiraron la toalla» antes de empezar el partido. Y de otro lado, ver a jóvenes que dejan la vida buscando el «vértigo», de caminos oscuros, lo que acaban pagando caro.

¿Vértigo alienante o fuerza de la gracia? Para ser plenos hay una respuesta se llama Jesucristo, dijo. El Papa concluyó sus palabras invitando a pedirle al Señor: Lánzanos a la aventura de la misericordia de construir puentes y derribar muros, de socorrer al pobre, al que se siente solo y abandonado, al que ya no le encuentra sentido a su vida.

 

Texto completo

Queridos jóvenes, muy buenas tardes.

Finalmente nos encontramos. Gracias por esta calurosa bienvenida. Gracias al Cardenal Dziwisz, a los Obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas, seminaristas y a todos aquellos que los acompañan. Gracias a los que han hecho posible que hoy estemos aquí, que se la «han jugado» para que pudiéramos celebrar la fe. O sea, celebrar la fe. Hoy nosotros aquí todos juntos estamos celebrando la fe.

En esta, su tierra natal, quisiera agradecer especialmente a san Juan Pablo II, que soñó e impulsó estos encuentros. Desde el cielo nos está acompañando viendo a tantos jóvenes pertenecientes a pueblos, culturas, lenguas tan diferentes con un solo motivo: celebrar a Jesús que está vivo en medio de nosotros. ¿Lo han entendido? Celebrar a Jesús que está vivo en medio de nosotros. Y decir que está vivo, es querer renovar nuestras ganas de seguirlo, nuestras ganas de vivir con pasión su seguimiento.

¡Qué mejor oportunidad para renovar la amistad con Jesús que afianzando la amistad entre ustedes! ¡Qué mejor manera de afianzar nuestra amistad con Jesús que compartirla con los demás! ¡Qué mejor manera de vivir la alegría del Evangelio que queriendo «contagiar» su Buena Noticia en tantas situaciones dolorosas y difíciles!

Jesús es quien nos ha convocado a esta 31 Jornada Mundial de la Juventud; es Jesús quien nos dice: «Felices los misericordiosos, porque encontrarán misericordia» (Mt 5,7). Felices aquellos que saben perdonar, que saben tener un corazón compasivo, que saben dar lo mejor de sí a los demás. Lo mejor, no lo que le sobra, lo mejor.

Queridos jóvenes, en estos días Polonia, esta noble tierra se viste de fiesta; en estos días Polonia, quiere ser el rostro siempre joven de la Misericordia. Desde esta tierras con ustedes y también unidos a tantos jóvenes que hoy no pueden estar aquí, pero que nos acompañan a través de los diversos medios de comunicación, todos juntos vamos a hacer de esta jornada una auténtica fiesta Jubilar, en este jubileo de la Misericordia.

En los años que llevo como obispo he aprendido una cosa, he aprendido tantas pero una quiero decirla ahora: no hay nada más hermoso que contemplar las ganas, la entrega, la pasión y la energía con que muchos jóvenes viven la vida. Esto es hermoso.

¿Y de dónde viene esta belleza? Cuando Jesús toca el corazón de un joven, de una joven, estos son capaces de actos verdaderamente grandiosos. Es estimulante escucharlos, compartir sus sueños, sus interrogantes y sus deseos y sus ganas de rebelarse contra todos aquellos que dicen que las cosas no pueden cambiar. A quienes llamo los ‘quietistas’, nada se puede cambiar. No, los jóvenes tienen esa fuerza para oponerse a estos. Pero algunos no están seguro de esto. Y les pregunto ¿Yo les pregunto,  las cosas se pueden cambiar?

Bien. Es un regalo del cielo poder verlos a muchos de ustedes que, con sus cuestionamientos, buscan hacer que las cosas sean diferentes. Es lindo, y me conforta el corazón, verlos tan exhuberantes. La Iglesia hoy les mira, diré aún más, el mundo hoy les mira y quiere aprender de ustedes para renovar su confianza en que la Misericordia del Padre tiene rostro siempre joven y no deja de invitarnos a ser parte de su Reino, que es un Reino de alegría, de felicidad que siempre nos lleva adelante. Es un Reino capaz de darnos la fuerza de cambiar las cosas. Me he olvidado, ¿Las cosas se pueden cambiar? … De acuerdo…

Conociendo la pasión que ustedes le ponen a la misión, me animo a repetir: la misericordia siempre tiene rostro joven. Porque un corazón misericordioso se anima a salir de su comodidad; un corazón misericordioso sabe ir al encuentro de los demás, logra abrazar a todos. Un corazón misericordioso sabe ser refugio para quienes nunca tuvieron casa o la han perdido; sabe construir hogar y familia para aquellos que han tenido que emigrar, sabe de ternura y compasión.

Un corazón misericordioso, sabe compartir el pan con el que tiene hambre, un corazón misericordioso se abre para recibir al prófugo y al migrante. Decir misericordia junto a ustedes, es decir oportunidad, es decir mañana, es decir compromiso, es decir confianza, apertura, hospitalidad, compasión, es decir sueños. ¿Pero ustedes son capaces de soñar?…

Y cuando el corazón está abierto y es capaz de soñar hay lugar para la misericordia, hay lugar para acariciar a quienes sufren, hay lugar para ponerse al lado de quienes no tienen paz en el corazón o les falta lo necesario para vivir, o les falta la cosa más linda, la fe. Misericordia, digamos juntos esta palabra, Misericordia, otra vez.., otra vez para que el mundo sienta…

También quiero confesarles otra cosa que aprendí en estos años. No quiero ofender a nadie. Me genera dolor encontrar a jóvenes que parecen haberse «jubilado» antes de tiempo. Esto me causa dolor, jóvenes que parece se fueron en pensión a los 23, 24 o 25 años. Me genera dolor. Me preocupa ver a jóvenes que «tiraron la toalla» antes de empezar el partido. Que se han rendido sin haber comenzado a jugar. Me causa dolor ver a jóvenes que caminan con rostros tristes, como si su vida no valiera. Son jóvenes esencialmentes aburridos… y aburridores de los otros, y esto me causa dolor.

Es difícil, y a su vez cuestionador, por otro lado, ver a jóvenes que dejan la vida buscando el «vértigo», o de sensación de sentirse vivos por caminos oscuros, que al final terminan «pagando»…y lo pagan caro. Piensen a muchos jóvenes que ustedes conocen y eligieron este camino.  Hace pensar cuando se ve que hay jóvenes que pierden hermosos años de su vida y sus energías corriendo detrás de vendedores de falsas ilusiones, y los hay ¿verdad? vendedores de falsas ilusiones. (En mi tierra natal diríamos «vendedores de humo»), que les roban lo mejor de ustedes mismos, y esto me causa dolor. Estoy seguro que entre ustedes no los hay, pero quiero decirles que hay jóvenes pensionados, que tiran la toalla antes del partido y los que entran con los vértigos de las falsas ilusiones y acaban en la nada. 

Por eso, queridos amigos, nos hemos reunidos para ayudarnos mutuamente, porque no queremos dejarnos robar lo mejor de nosotros mismos, no queremos permitir que nos roben las energías, la alegría, los sueños con falsas ilusiones.

Queridos amigos, les pregunto: ¿Quiéren para sus vidas ese vértigo alienante o quieren sentir esa fuerza que los haga sentirse vivos, plenos? ¿Vértigo alienante o fuerza de la gracia?, qué quieren, ¿vértigo alienante o fuerza de plenitud?  No se escucha bien…

Para ser plenos, para tener fuerza renovada, hay una respuesta, que no se vende, que no se compra, una respuesta que no es una cosa, que no es un objeto: es una persona y se llama Jesucristo. Un aplauso…

Me pregunto, ¿Jesucristo se puede comprar?…  ¿Se vende en los negocios?…  Jesucristo es un don, un regalo del Padre, el don de Nuestro Padre. Todos: Jesucristo es un don… Es un regalo del Padre…

Jesucristo es quien sabe darle verdadera pasión a la vida, Jesucristo es quien nos mueve a no conformarnos con poco y a dar lo mejor de nosotros mismos; es Jesucristo quien nos cuestiona, nos invita y nos ayuda a levantarnos cada vez que nos damos por vencidos. Es Jesucristo quien nos impulsa a levantar la mirada y a soñar alto.

Pero padre, alguien podrá decirme que es tan difícil y soñar alto, que están difícil estar siempre en subida. Padre soy débil, caigo, me esfuerzo pero acabo abajo. Los alpinos cuantos unen las montañas cantan una canción hermosa que dice así: en el arte de subir lo importante no es no caer, sino no quedarse caído. Si tú eres débil o caes, mira un poco hacia lo alto y está la mano tendida de Jesús que te dice levántate y ven conmigo. Y si sucede otra vez, también. Y si sucede otra vez, también. Pedro una vez le preguntó al Señor, ¿Señor pero cuantas veces? y le dijo setenta veces siete. La mano de Jesús está siempre tendida para levantarnos cuando caemos. ¿Lo han entendido?

En el Evangelio hemos escuchado que Jesús, mientras se dirige a Jerusalén, se detiene en una casa –la de Marta, María y Lázaro– que lo acoge. De camino, entra en su casa para estar con ellos; las dos mujeres reciben al que saben que es capaz de conmoverse. Las múltiples ocupaciones nos hacen ser como Marta: activos, distraídos, constantemente yendo de acá para allá…; pero también solemos ser como María: ante un buen paisaje, o un video que nos manda un amigo al móvil, nos quedamos pensativos, en escucha.

En estos días de la JMJ, Jesús quiere entrar en nuestra casa; en tu casa, e mi casa. En el corazón de cada uno de nosotros. Quiere entrar y verá nuestras preocupaciones, en nuestro andar acelerado, como lo hizo con Marta… y esperará que lo escuchemos como María; que, en medio del trajinar, nos animemos a entregarnos a él. Que sean días para Jesús, dedicados a escucharnos, a recibirlo en aquellos con quienes comparto la casa, la calle, el club o el colegio.

Y quien acoge a Jesús, aprende a amar a Jesús. Entonces él nos pregunta si queremos una vida plena y yo en su nombre les pregunto: ¿Quieren una vida plena?…  Empieza desde ahora a dejarte conmover porque la felicidad germina y aflora en la misericordia: esa es su respuesta, esa es su invitación, su desafío, su aventura, la misericordia.

La misericordia tiene siempre rostro joven; como el de María de Betania sentada a los pies de Jesús como discípula, que se complace en escucharlo porque sabe que ahí está la paz. Como el de María de Nazareth, lanzada con su «sí» a la aventura de la misericordia, y que será llamada bienaventurada por todas las generaciones, llamada por todos nosotros «la Madre de la Misericordia».Invoquémosla todos juntos: María Madre de misericordia. Todos: María Madre de misericordia…

Ahora  cada uno repita en su corazón en silencio: Señor, lánzanos a la aventura de la misericordia. Lánzanos a la aventura de construir puentes y derribar muros, sean cercos o alambrados, lánzanos a la aventura de socorrer al pobre, al que se siente solo y abandonado, al que ya no le encuentra sentido a su vida. Lánzanos a acompañar a aquellos que no te conocen y decirle lentamente y con tanto respeto tú nombre y el porqué de nuestra fe.

Impúlsanos a la escucha, como María de Betania, de quienes no comprendemos, de los que vienen de otras culturas, de otros pueblos, incluso de aquellos a los que tememos porque creemos que pueden hacernos daño. Haznos volver nuestra mirada, como María de Nazareth con Isabel, a nuestros ancianos a nuestros abuelos para aprender de su sabiduría.

Les pregunto ¿ustedes hablan con sus abuelos?, ¿así así?… Busquen a sus abuelos, ellos tienen sabiduría sobre la vida y les dirán cosas que conmoverán vuestros corazones.

Aquí estamos, Señor. Envíanos a compartir tu Amor Misericordioso. Queremos recibirte en esta Jornada Mundial de la Juventud, queremos afirmar que la vida es plena cuando se la vive desde la misericordia, y que esa es la mejor parte, es la parte más dulce, y es la parte que nunca nos será quitada. Amén.