«Es además urgentísimo que se renueve en todos, sacerdotes, religiosos y laicos, la conciencia de la absoluta necesidad de la pastoral familiar como parte integrante de la pastoral de la Iglesia, Madre y Maestra. Repito con convencimiento la llamada contenida en la Familiaris consortio: “...cada Iglesia local y, en concreto, cada comunidad parroquial debe tomar una conciencia más viva de la gracia y de la responsabilidad que recibe del Señor, en orden a la promoción de la pastoral familiar. Los planes de pastoral orgánica, a cualquier nivel, no deben prescindir nunca de tomar en consideración la pastoral de la familia” (n. 70).


31 de octubre de 2016

TEXTO: DECLARACIÓN CONJUNTA EN SUECIA ENTRE LA IGLESIA CATÓLICA Y LAIGLESIA LUTERANA

 El Papa Francisco y el Obispo Munib Yunan, Presidente de la Feeración Mundial Luterana firmaron una declaración conjunta al término de la oración conjunta que celebraron en la catedral luterana de Lund el primer día de la visita del Pontífice a Suecia.

“Exhortamos a todas las comunidades y parroquias Luteranas y Católicas a que sean valientes, creativas, alegres y que tengan esperanza en su compromiso para continuar el gran itinerario que tenemos ante nosotros”, dice el texto.

 Texto completo de la Declaración:

«Permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí» (Jn 15,4).

Con corazones agradecidos

Con esta Declaración Conjunta, expresamos gratitud gozosa a Dios por este momento de oración en común en la Catedral de Lund, cuando comenzamos el año en el que se conmemora el quinientos aniversario de la Reforma. Los cincuenta años de constante y fructuoso diálogo ecuménico entre Católicos y Luteranos nos ha ayudado a superar muchas diferencias, y ha hecho más profunda nuestra mutua comprensión y confianza. Al mismo tiempo, nos hemos acercado más unos a otros a través del servicio al prójimo, a menudo en circunstancias de sufrimiento y persecución. A través del diálogo y el testimonio compartido, ya no somos extraños. Más bien, hemos aprendido que lo que nos une es más de lo que nos divide.

Pasar del conflicto a la comunión

Aunque estamos agradecidos profundamente por los dones espirituales y teológicos recibidos a través de la Reforma, también reconocemos y lamentamos ante Cristo que Luteranos y Católicos hayamos dañado la unidad vivible de la Iglesia. Las diferencias teológicas estuvieron acompañadas por el prejuicio y por los conflictos, y la religión fue instrumentalizada con fines políticos. Nuestra fe común en Jesucristo y nuestro bautismo nos pide una conversión permanente, para que dejemos atrás los desacuerdos históricos y los conflictos que obstruyen el ministerio de la reconciliación. Aunque el pasado no puede ser cambiado, lo que se recuerda y cómo se recuerda, puede ser trasformado. Rezamos por la curación de nuestras heridas y de la memoria, que nublan nuestra visión recíproca. Rechazamos de manera enérgica todo odio y violencia, pasada y presente, especialmente la cometida en nombre de la religión. Hoy, escuchamos el mandamiento de Dios de dejar de lado cualquier conflicto. Reconocemos que somos liberados por gracia para caminar hacia la comunión, a la que Dios nos llama constantemente.

Nuestro compromiso para un testimonio común

A medida que avanzamos en esos episodios de la historia que nos pesan, nos comprometemos a testimoniar juntos la gracia misericordiosa de Dios, hecha visible en Cristo crucificado y resucitado. Conscientes de que el modo en que nos relacionamos unos con otros da forma a nuestro testimonio del Evangelio, nos comprometemos a seguir creciendo en la comunión fundada en el Bautismo, mientras intentamos quitar los obstáculos restantes que nos impiden alcanzar la plena unidad. Cristo desea que seamos uno, para que el mundo crea (cf. Jn 17,21).

Muchos miembros de nuestras comunidades anhelan recibir la Eucaristía en una mesa, como expresión concreta de la unidad plena. Sentimos el dolor de los que comparten su vida entera, pero no pueden compartir la presencia redentora de Dios en la mesa de la Eucaristía. Reconocemos nuestra conjunta responsabilidad pastoral para responder al hambre y sed espiritual de nuestro pueblo con el fin de ser uno en Cristo. Anhelamos que sea sanada esta herida en el Cuerpo de Cristo. Este es el propósito de nuestros esfuerzos ecuménicos, que deseamos que progresen, también con la renovación de nuestro compromiso en el diálogo teológico.

Pedimos a Dios que Católicos y Luteranos sean capaces de testimoniar juntos el Evangelio de Jesucristo, invitando a la humanidad a escuchar y recibir la buena noticia de la acción redentora de Dios. Pedimos a Dios inspiración, impulso y fortaleza para que podamos seguir juntos en el servicio, defendiendo los derechos humanos y la dignidad, especialmente la de los pobres, trabajando por la justicia y rechazando toda forma de violencia. Dios nos convoca para estar cerca de todos los que anhelan dignidad, justicia, paz y reconciliación. Hoy, en particular, elevamos nuestras voces para que termine la violencia y el radicalismo, que afecta a muchos países y comunidades, y a innumerables hermanos y hermanas en Cristo. Nosotros, Luteranos y Católicos, instamos a trabajar conjuntamente para acoger al extranjero, para socorrer las necesidades de los que son forzados a huir a causa de la guerra y la persecución, y para defender los derechos de los refugiados y de los que buscan asilo.

Hoy más que nunca, comprendemos que nuestro servicio conjunto en este mundo debe extenderse a la creación de Dios, que sufre explotación y los efectos de la codicia insaciable. Reconocemos el derecho de las generaciones futuras a gozar de lo creado por Dios con todo su potencial y belleza. Rogamos por un cambio de corazón y mente que conduzca a una actitud amorosa y responsable en el cuidado de la creación.


Uno en Cristo

En esta ocasión propicia, manifestamos nuestra gratitud a nuestros hermanos y hermanas, representantes de las diferentes Comunidades y Asociaciones Cristianas Mundiales, que están presentes y quienes se unen a nosotros en oración. Al comprometernos de nuevo a pasar del conflicto a la comunión, lo hacemos como parte del único Cuerpo de Cristo, en el que estamos incorporados por el Bautismo. Invitamos a nuestros interlocutores ecuménicos para que nos recuerden nuestros compromisos y para animarnos. Les pedimos que sigan rezando por nosotros, que caminen con nosotros, que nos sostengan viviendo los compromisos de oración que manifestamos hoy.

Exhortación a los Católicos y Luteranos del mundo entero

Exhortamos a todas las comunidades y parroquias Luteranas y Católicas a que sean valientes, creativas, alegres y que tengan esperanza en su compromiso para continuar el gran itinerario que tenemos ante nosotros. En vez de los conflictos del pasado, el don de Dios de la unidad entre nosotros guiará la cooperación y hará más profunda nuestra solidaridad. Nosotros, Católicos y Luteranos, acercándonos en la fe a Cristo, rezando juntos, escuchándonos unos a otros, y viviendo el amor de Cristo en nuestras relaciones, nos abrimos al poder de Dios Trino. Fundados en Cristo y dando testimonio de él, renovamos nuestra determinación para ser fieles heraldos del amor infinito de Dios para toda la humanidad. 

EL PAPA FRANCISCO EN MALMÖ: “CRISTIANOS UNIDOS SEAMOS PROTAGONISTAS DELA REVOLUCIÓN DE LA TERNURA"

                                                                                                                       Malmö 
Lunes 31 de octubre de 2016
Queridos hermanos y hermanas,

Doy gracias a Dios por esta conmemoración conjunta de los 500 años de la Reforma, que estamos viviendo con espíritu renovado y siendo conscientes que la unidad entre los cristianos es una prioridad, porque reconocemos que entre nosotros es mucho más lo que nos une que lo que nos separa. El camino emprendido para lograrla es ya un gran don que Dios nos regala, y gracias a su ayuda estamos hoy aquí reunidos, luteranos y católicos, en espíritu de comunión, para dirigir nuestra mirada al único Señor, Jesucristo.

El diálogo entre nosotros ha permitido profundizar la comprensión recíproca, generar mutua confianza y confirmar el deseo de caminar hacia la comunión plena. Uno de los frutos que ha generado este diálogo es la colaboración entre distintas organizaciones de la Federación Luterana Mundial y de la Iglesia Católica. Gracias a este nuevo clima de entendimiento, hoy Caritas Internationalis y Lutheran World Federation World Service firmarán una declaración común de acuerdos, con el fin de desarrollar y consolidar una cultura de colaboración para la promoción de la dignidad humana y de la justicia social. Saludo cordialmente a los miembros de ambas organizaciones que, en un mundo fragmentado por guerras y conflictos, han sido y son un ejemplo luminoso de entrega y servicio al prójimo. Los exhorto a seguir adelante por el camino de la cooperación.

He escuchado con atención los testimonios, de cómo en medio de tantos desafíos entregan la vida día a día para construir un mundo que responda cada vez más a los designios de Dios nuestro Padre. Pranita se ha referido a la creación. Es cierto, toda la creación es una manifestación del inmenso amor de Dios para con nosotros; por eso, también por medio de los dones de la naturaleza nosotros podemos contemplar a Dios. Comparto tu consternación por los abusos que dañan nuestro planeta, nuestra casa común, y que generan graves consecuencias también sobre el clima. Como bien lo has recordado, los mayores impactos recaen a menudo sobre las personas más vulnerables y con menos recursos, y son forzadas a emigrar para salvarse de los efectos de los cambios climáticos. Como decimos en nuestra tierra, en mi tierra: «Al final, la gran fiesta la terminan pagando los pobres». Todos somos responsables de la preservación de la creación, y de modo particular nosotros los cristianos. Nuestro estilo de vida, nuestros comportamientos deben ser coherentes con nuestra fe. Estamos llamados a cultivar una armonía con nosotros mismos y con los demás, pero también con Dios y con la obra de sus manos. Pranita, yo te animo a seguir adelante en tu compromiso en favor de la casa común. Gracias.

Mons. Héctor Fabio nos ha informado del trabajo conjunto que católicos y luteranos realizan en Colombia. Es una buena noticia saber que los cristianos se unen para dar vida a procesos comunitarios y sociales de interés común. Les pido una oración especial por esa tierra maravillosa para que, con la colaboración de todos, se pueda llegar finalmente a la paz, tan deseada y necesaria para una digna convivencia humana. Y también, como el corazón cristiano, si lo mira a Jesús, no conoce límites. Que sea una oración que vaya más allá y que abrace también a todos los países en los que sigue habiendo graves situaciones de conflicto.

Marguerite ha llamado nuestra atención sobre el trabajo en favor de los niños víctimas de tantas atrocidades y el compromiso con la paz. Es algo admirable y, a su vez, un llamado a tomar en serio innumerables situaciones de vulnerabilidad que sufren tantas personas indefensas, aquellas que no tienen voz. Lo que tú consideras como una misión, ha sido una semilla, una semilla que ha generado abundantes frutos, y hoy, gracias a esta semilla, miles de niños pueden estudiar, crecer y recuperar la salud. ¡Apostaste al futuro! ¡Gracias! Te doy las gracias por el hecho de que ahora, incluso en el exilio, sigues comunicando un mensaje de paz. Has dicho que todos los que te conocen piensan que lo que haces es una locura. Por supuesto, es la locura del amor a Dios y al prójimo. Ojalá que se pudiera propagar esta locura, iluminada por la fe y la confianza en la Providencia. Sigue adelante y que esa voz de esperanza que escuchaste al inicio de tu aventura y de tu apuesta continúe animando tu corazón y el corazón de muchos jóvenes.

Rose, la más joven, ha manifestado un testimonio realmente conmovedor. Ha sabido sacar provecho al talento que Dios le ha dado a través del deporte. En lugar de malgastar sus fuerzas en situaciones adversas, las ha empleado en una vida fecunda. Mientras escuchaba tu historia, me venía a la mente la vida de tantos jóvenes que necesitan testimonios como el tuyo. Me gustaría recordar que todos pueden descubrir esa condición maravillosa de ser hijos de Dios y el privilegio de ser queridos y amados por él. Rose, te agradezco de corazón tus esfuerzos y tus desvelos por animar a otras niñas a regresar a la escuela y, también, el que recen todos los días por la paz en el joven estado del Sudán del Sur, que tanto la necesita.

Y después de escuchar estos testimonios valientes, y que nos hacen pensar en nuestra propia vida y en el modo cómo respondo a las situaciones de necesidad que están a nuestro lado, quiero agradecer a todos los gobiernos que asisten a los refugiados, a todos los gobiernos que asisten a los desplazados y a los que solicitan asilo, porque todas las acciones en favor de estas personas que tienen necesidad de protección representan un gran gesto de solidaridad y de reconocimiento de su dignidad. Para nosotros cristianos, es una prioridad salir al encuentro de los desechados – porque son desechados de su patria – de los marginados de nuestro mundo, y hacer palpable la ternura y el amor misericordioso de Dios, que no descarta a nadie, sino que a todos acoge. A nosotros, cristianos, hoy se nos pide protagonizar la revolución de la ternura

Dentro de poco escucharemos el testimonio del Obispo Antoine, que vive en Alepo, ciudad extenuada por la guerra, donde se desprecia y se pisotean incluso los derechos más fundamentales. Las noticias nos refieren cotidianamente el inefable sufrimiento causado por el conflicto sirio, por el conflicto de la amada Siria, que dura ya más de cinco años. En medio de tanta devastación, es verdaderamente heroico que permanezcan allí hombres y mujeres para prestar asistencia material y espiritual a quien tiene necesidad. Es admirable también que tú, querido hermano Antoine, sigas trabajando en medio de tantos peligros para contarnos la dramática situación de los sirios. Cada uno de ellos está en nuestros corazones y en nuestra oración. Imploremos la gracia de la conversión de los corazones de quienes tienen la responsabilidad de los destinos del mundo, de esa región, y de todos los que intervienen en ella.

Queridos hermanos y hermanas, no nos dejemos abatir por las adversidades. Que estas historias y estos testigos nos motiven y nos den nuevo impulso para trabajar cada vez más unidos. Cuando volvamos a nuestras casas, llevemos el compromiso de realizar cada día un gesto de paz, un gesto de reconciliación, para ser testigos valientes y fieles de esperanza cristiana. Y como sabemos, la esperanza no defrauda. Gracias.

30 de octubre de 2016

EL PAPA FRANCISCO EN EL ÁNGELUS: "LA TERNURA DE DIOS ABRE. NUEVOSESPACIOS DE VIDA Y CONVERSIÓN


Palabras del Papa Francisco antes de rezar el Ángelus dominical

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

El Evangelio de hoy nos presenta un hecho sucedido en Jericó, cuando Jesús llega a la ciudad y fue recibido por la multitud (Cfr. Lc 19,1-10). En Jericó vivía Zaqueo, el jefe de los “publicanos”, es decir, de los cobradores de impuestos. Zaqueo era un rico colaborador de los odiados dominadores romanos, un explotador de su pueblo. Él también – por curiosidad – quería ver a Jesús, pero su condición de público pecador no le permitía acercarse al Maestro; además, era pequeño de estatura; y por esto se sube a un árbol de sicomoro, a lo largo de la calle donde Jesús debía pasar.

Cuando llega cerca a aquel árbol, Jesús levanta la mirada y le dice: «Zaqueo, baja pronto, porque hoy tengo que alojarme en tu casa» (v. 5). ¡Podemos imaginar la sorpresa de Zaqueo! Pero, ¿Por qué Jesús dice: «tengo que alojarme en tu casa»? ¿De qué deber se trata? Sabemos que su deber supremo es realizar el designio del Padre para toda la humanidad, que se cumple en Jerusalén con su condena a muerte, la crucifixión y, al tercer día, la resurrección. Es el designio de salvación de la misericordia del Padre. Y en este designio está también la salvación de Zaqueo, un hombre deshonesto y despreciado por todos, y por ello necesitado de convertirse. De hecho, el Evangelio dice que, cuando Jesús lo llamó, «todos murmuraban, diciendo: Se ha ido a alojar en casa de un pecador» (v. 7). El pueblo ve en él un forajido, que se ha enriquecido a costa de la piel del prójimo. Y si Jesús hubiese dicho: “Baja, tú, explotador, traidor del pueblo, y ven a hablar conmigo para ajustar cuentas”. Pero seguramente el pueblo habría dado un aplauso… Pero aquí comienzan a murmurar: “Jesús va a la casa de él, del pecador, del explotador”.

Jesús, guiado por la misericordia, buscaba justamente a él. Y cuando entra en casa de Zaqueo dice: «Hoy ha llegado la salvación a esta casa, ya que también este hombres es un hijo de Abraham, porque el Hijo del hombre vino a buscar y a salvar lo que estaba perdido» (vv. 9-10). La mirada de Jesús va más allá de los pecados y los prejuicios. ¡Y esto es importante! Debemos aprenderlo… La mirada de Jesús va más allá de los pecados y los prejuicios; ve a la persona con los ojos de Dios, que no se detiene en el mal pasado, sino entre ve el bien futuro; Jesús no se resigna a las cerrazones, sino abre siempre – siempre abre – nuevos espacios de vida; no se detiene en las apariencias, sino mira el corazón. Y aquí ha mirado el corazón herido de este hombre: herido por el pecado de la concupiscencia, de tantas cosas feas que había hecho Zaqueo. Y mira aquel corazón herido y va allí.

A veces nosotros buscamos corregir o convertir a un pecador llamándole la atención, sacándole en cara sus errores y su comportamiento injusto. La actitud de Jesús con Zaqueo nos indica otro camino: aquel de mostrar a quien se equivoca su valor, aquel valor que Dios continúa a ver no obstante todo, a pesar de todos sus errores. Esto puede provocar una sorpresa positiva, que enternece el corazón e impulsa a la persona a sacar fuera lo bueno que tiene en sí. Es el dar confianza a las personas lo que les hacer crecer y cambiar. Así se comporta Dios con todos nosotros: no es bloqueado por nuestro pecado, sino lo supera con el amor y nos hace sentir la nostalgia del bien. Todos hemos sentido esta nostalgia del bien después de un error. Y así hace nuestro Padre Dios, así hace Jesús. No existe una persona que no tiene algo de bueno. Y esto mira Dios para sacarlo fuera del mal.

La Virgen María nos ayude a ver el bien que hay en las personas que encontramos cada día, para que todos seamos animados a hacer emerger la imagen de Dios impresa en sus corazones. ¡Y así podamos gozar de las sorpresas de la misericordia de Dios! ¡Nuestro Dios, que es el Dios de las sorpresas!

(Traducción del italiano, Renato Martinez – Radio Vaticano)

26 de octubre de 2016

PAPA FRANCISCO EN LA CATEQUESIS: "NO A MUROS Y BARRERAS, SOLIDARIDADCON LOS MIGRANTES"

Texto completo de la catequesis del Papa Francisco

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Proseguimos con la reflexión sobre las Obras de misericordia corporales, que el Señor Jesús nos ha transmitido para mantener siempre viva y dinámica nuestra fe. Estas obras, de hecho, muestran que los cristianos no están cansados e inactivos en la espera del encuentro final con el Señor, sino que cada día van a su encuentro, reconociendo su rostro en aquel de tantas personas que piden ayuda. Hoy nos detenemos en estas palabras de Jesús: «Estaba de paso, y me alojaron; desnudo, y me vistieron» (Mt 25,35-36). En nuestro tiempo es todavía actual la obra que se refiere a los forasteros. La crisis económica, los conflictos armados y los cambios climáticos llevan a tantas personas a emigrar. Sin embargo, las migraciones no son un fenómeno nuevo, sino que pertenecen a la historia de la humanidad. Es falta de memoria histórica pensar que estas sean algo proprio de nuestro tiempo.

La Biblia nos ofrece muchos ejemplos concretos de migración. Basta pensar en Abrahán. La llamada de Dios lo llevó a dejar su país para ir a otro: «Deja tu tierra natal y la casa de tu padre, y ve al país que yo te mostraré» (Gen 12,1). Y así también fue para el pueblo de Israel, que de Egipto, donde era esclavo, caminó marchando por cuarenta años en el desierto hasta cuando llegó a la tierra prometida por Dios. La misma Sagrada Familia – María, José y el pequeño Jesús – fue obligada a emigrar para huir de las amenazas de Herodes: «José se levantó, tomó de noche al niño y a su madre, y se fue a Egipto. Allí permaneció hasta la muerte de Herodes» (Mt 2,14-15). La historia de la humanidad es una historia de migraciones: en cada latitud, no existe un pueblo que no haya conocido el fenómeno migratorio.

En el curso de los siglos hemos asistido a propósito a grandes expresiones de solidaridad, a pesar que no han faltado tensiones sociales. Hoy, el contexto de la crisis económica favorece lamentablemente el surgir de actitudes de cerrazón y de no acogida. En algunas partes del mundo surgen muros y barreras. A veces parece que la obra silenciosa de muchos hombres y mujeres que, de diversos modos, se ofrecen para ayudar y asistir a los prófugos y a los migrantes sea opacada por el murmullo de otros que dan voz a un instintivo egoísmo. Pero la cerrazón no es la solución, al contrario, termina por favorecer los tráficos criminales. La única vía de solución es aquella de la solidaridad. Solidaridad … solidaridad con los migrantes, solidaridad con los forasteros…

El compromiso de los cristianos en este campo es urgente hoy como en el pasado. Para mirar sólo al siglo pasado, recordemos la estupenda figura de Santa Francisca Cabrini, que dedicó su vida junto a la de sus compañeras a los migrantes hacia los Estados Unidos de América. También hoy tenemos necesidad de estos testimonios para que la misericordia pueda alcanzar a tantos que se encuentran en necesidad. Es un compromiso que involucra a todos, ninguno excluido. Las diócesis, las parroquias, los institutos de vida consagrada, las asociaciones y movimientos, como también cada cristiano, todos estamos llamados a acoger a los hermanos y a las hermanas que huyen de la guerra, del hambre, de la violencia y de condiciones de vida deshumanos. Todos juntos somos una gran fuerza de ayuda para cuantos han perdido la patria, la familia, el trabajo y la dignidad. Hace algunos días, ha sucedido una pequeña historia, de ciudad. Había un refugiado que buscaba una calle y una señora se le acercó y le dijo: “¿Usted busca algo?”. Estaba sin zapatos, este refugiado. Y él dijo: “Yo quisiera ir a San Pedro para pasar por la Puerta Santa”. Y la señora pensó: “Pero, no tiene zapatos, ¿cómo iremos caminando?”. Y llamó un taxi. Pero este migrante, aquel refugiado olía mal y el conductor del taxi casi no quería que subiera, pero al final lo dejó subir al taxi. Y la señora, junto a él. Y la señora le preguntó un poco de su historia de refugiado y de migrante, en el recorrido del viaje, los diez minutos para llegar hasta aquí. Este hombre narró su historia de dolor, de guerra, de hambre y porque había huido de su Patria para migrar aquí.

Cuando llegaron, la señora abrió la cartera para pagar al taxista y el taxista, el hombre, el conductor que al inicio no quería que este migrante subiera porque olía mal, le dijo a la señora: “No, señora, soy yo quien debo pagar a usted porque usted me ha hecho escuchar una historia que me ha cambiado el corazón”. Esta señora sabía que cosa era el dolor de un migrante, porque tenía sangre armenia y sabía el sufrimiento de su pueblo. Cuando nosotros hacemos una cosa de este tipo, al inicio nos negamos porque nos da un poco de incomodidad, “pero, huele mal…”. Pero al final, la historia nos perfuma el alma y nos hace cambiar. Piensen en esta historia y pensemos que cosa podemos hacer por los refugiados.

Y la otra cosa es vestir a quien está desnudo: ¿no quiere decir otra cosa que restituir la dignidad a quien lo ha perdido? Ciertamente dando de vestir a quien no tiene; pero pensemos también en las mujeres víctimas de la trata arrojadas a las calles, o a los demás, modos de usas el cuerpo humano como mercancía, incluso de los menores. Y así también no tener un trabajo, una casa, un salario justo es una forma de desnudez, o ser discriminado por la raza o por la fe, son todas formas de “desnudez”, ante las cuales como cristianos estamos llamados a estar atentos, vigilantes y listos a actuar.

Queridos hermanos y hermanas, no caigamos en la trampa de encerrarnos en nosotros mismos, indiferentes a las necesidades de los hermanos y preocupados sólo de nuestros intereses. Es justamente en la medida en la cual nos abrimos a los demás que la vida se hace fecunda, la sociedad consigue la paz y las personas recuperan su plena dignidad. Y no se olviden de aquella señora, no se olviden de aquel migrante que olía mal y no se olviden del taxista al cual el migrante había cambiado el alma. Gracias.

(Traducción del italiano, Renato Martinez – Radio Vaticano)

25 de octubre de 2016

CUM CHRISTO, ACERCA DE LA SEPULTURA DE LOS DIFUNTOS Y LA CONSERVACIÓNDE LAS CENIZAS

CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE

Instrucción “Ad resurgendum cum Christo”, acerca de la sepultura de los difuntos y la conservación de las cenizas en caso de cremación

Para resucitar con Cristo, es necesario morir con Cristo, es necesario «dejar este cuerpo para ir a morar cerca del Señor» (2 Co 5, 8). Con la Instrucción Piam et constantem del 5 de julio de 1963, el entonces Santo Oficio, estableció que «la Iglesia aconseja vivamente la piadosa costumbre de sepultar el cadáver de los difuntos», pero agregó que la cremación no es «contraria a ninguna verdad natural o sobrenatural» y que no se les negaran los sacramentos y los funerales a los que habían solicitado ser cremados, siempre que esta opción no obedezca a la «negación de los dogmas cristianos o por odio contra la religión católica y la Iglesia». Este cambio de la disciplina eclesiástica ha sido incorporado en el Código de Derecho Canónico (1983) y en el Código de Cánones de las Iglesias Orientales (1990).

Mientras tanto, la práctica de la cremación se ha difundido notablemente en muchos países, pero al mismo tiempo también se han propagado nuevas ideas en desacuerdo con la fe de la Iglesia. Después de haber debidamente escuchado a la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, el Consejo Pontificio para los Textos Legislativos y muchas Conferencias Episcopales y Sínodos de los Obispos de las Iglesias Orientales, la Congregación para la Doctrina de la Fe ha considerado conveniente la publicación de una nueva Instrucción, con el fin de reafirmar las razones doctrinales y pastorales para la preferencia de la sepultura de los cuerpos y de emanar normas relativas a la conservación de las cenizas en el caso de la cremación.

2. La resurrección de Jesús es la verdad culminante de la fe cristiana, predicada como una parte esencial del Misterio pascual desde los orígenes del cristianismo: «Les he trasmitido en primer lugar, lo que yo mismo recibí: Cristo murió por nuestros pecados, conforme a la Escritura. Fue sepultado y resucitó al tercer día, de acuerdo con la Escritura. Se apareció a Pedro y después a los Doce» (1 Co 15,3-5).

Por su muerte y resurrección, Cristo nos libera del pecado y nos da acceso a una nueva vida: «a fin de que, al igual que Cristo fue resucitado de entre los muertos… también nosotros vivamos una nueva vida» (Rm 6,4). Además, el Cristo resucitado es principio y  fuente de nuestra resurrección futura: «Cristo resucitó de entre los muertos, como primicia de los que durmieron… del mismo modo que en Adán mueren todos, así también todos revivirán en Cristo» (1 Co 15, 20-22).

Si es verdad que Cristo nos resucitará en el último día, también lo es, en cierto modo, que nosotros ya hemos resucitado con Cristo. En el Bautismo, de hecho, hemos sido sumergidos en la muerte y resurrección de Cristo y asimilados sacramentalmente a él: «Sepultados con él en el bautismo, con él habéis resucitado por la fe en la acción de Dios, que le resucitó de entre los muertos» (Col 2, 12). Unidos a Cristo por el Bautismo, los creyentes participan ya realmente en la vida celestial de Cristo resucitado (cf. Ef 2, 6).

Gracias a Cristo, la muerte cristiana tiene un sentido positivo. La visión cristiana de la muerte se expresa de modo privilegiado en la liturgia de la Iglesia: «La vida de los que en ti creemos, Señor, no termina, se transforma: y, al deshacerse nuestra morada terrenal, adquirimos una mansión eterna en el cielo».  Por la muerte, el alma se separa del cuerpo, pero en la resurrección Dios devolverá la vida incorruptible a nuestro cuerpo transformado, reuniéndolo con nuestra alma. También en nuestros días, la Iglesia está llamada a anunciar la fe en la resurrección: «La resurrección de los muertos es esperanza de los cristianos; somos cristianos por creer en ella».
3. Siguiendo la antiquísima tradición cristiana, la Iglesia recomienda insistentemente que los cuerpos de los difuntos sean sepultados en los cementerios u otros lugares sagrados. 
En la memoria de la muerte, sepultura y resurrección del Señor, misterio a la luz del cual se manifiesta el sentido cristiano de la muerte,   la inhumación es en primer lugar la forma más adecuada para expresar la fe y la esperanza en la resurrección corporal. 

La Iglesia, como madre acompaña al cristiano durante su peregrinación terrena, ofrece al Padre, en Cristo, el hijo de su gracia, y entregará sus restos mortales a la tierra con la esperanza de que resucitará en la gloria.

Enterrando los cuerpos de los fieles difuntos, la Iglesia confirma su fe en la resurrección de la carne,  y pone de relieve la alta dignidad del cuerpo humano como parte integrante de la persona con la cual el cuerpo comparte la historia.  No puede permitir, por lo tanto, actitudes y rituales que impliquen conceptos erróneos de la muerte, considerada como anulación definitiva de la persona, o como momento de fusión con la Madre naturaleza o con el universo, o como una etapa en el proceso de re-encarnación, o como la liberación definitiva de la “prisión” del cuerpo.

Además, la sepultura en los cementerios u otros lugares sagrados responde adecuadamente a la compasión y el respeto debido a los cuerpos de los fieles difuntos, que mediante el Bautismo se han convertido en templo del Espíritu Santo y de los cuales, «como herramientas y vasos, se ha servido piadosamente el Espíritu para llevar a cabo muchas obras buenas».

Tobías el justo es elogiado por los méritos adquiridos ante Dios por haber sepultado a los muertos,  y la Iglesia considera la sepultura de los muertos como una obra de misericordia corporal.
Por último, la sepultura de los cuerpos de los fieles difuntos en los cementerios u otros lugares sagrados favorece el recuerdo y la oración por los difuntos por parte de los familiares y de toda la comunidad cristiana, y la veneración de los mártires y santos.

Mediante la sepultura de los cuerpos en los cementerios, en las iglesias o en las áreas a ellos dedicadas, la tradición cristiana ha custodiado la comunión entre los vivos y los muertos, y se ha opuesto a la tendencia a ocultar o privatizar el evento de la muerte y el significado que tiene para los cristianos.

4. Cuando razones de tipo higiénicas, económicas o sociales lleven a optar por la cremación, ésta no debe ser contraria a la voluntad expresa o razonablemente presunta del fiel difunto, la Iglesia no ve razones doctrinales para evitar esta práctica, ya que la cremación del cadáver no toca el alma y no impide a la omnipotencia divina resucitar el cuerpo y por lo tanto no contiene la negación objetiva de la doctrina cristiana sobre la inmortalidad del alma y la resurrección del cuerpo.

La Iglesia sigue prefiriendo la sepultura de los cuerpos, porque con ella se demuestra un mayor aprecio por los difuntos; sin embargo, la cremación no está prohibida, «a no ser que haya sido elegida por razones contrarias a la doctrina cristiana».

En ausencia de razones contrarias a la doctrina cristiana, la Iglesia, después de la celebración de las exequias, acompaña la cremación con especiales indicaciones litúrgicas y pastorales, teniendo un cuidado particular para evitar cualquier tipo de escándalo o indiferencia religiosa.

5. Si por razones legítimas se opta por la cremación del cadáver, las cenizas del difunto, por regla general, deben mantenerse en un lugar sagrado, es decir, en el cementerio o, si es el caso, en una iglesia o en un área especialmente dedicada a tal fin por la autoridad eclesiástica competente.
Desde el principio, los cristianos han deseado que sus difuntos fueran objeto de oraciones y recuerdo de parte de la comunidad cristiana. Sus tumbas se convirtieron en lugares de oración, recuerdo y reflexión. Los fieles difuntos son parte de la Iglesia, que cree en la comunión «de los que peregrinan en la tierra, de los que se purifican después de muertos y de los que gozan de la bienaventuranza celeste, y que todos se unen en una sola Iglesia».

La conservación de las cenizas en un lugar sagrado puede ayudar a reducir el riesgo de sustraer a los difuntos de la oración y el recuerdo de los familiares y de la comunidad cristiana. Así, además, se evita la posibilidad de olvido, falta de respeto y malos tratos, que pueden sobrevenir sobre todo una vez pasada la primera generación, así como prácticas inconvenientes o supersticiosas.

6. Por las razones mencionadas anteriormente, no está permitida la conservación de las cenizas en el hogar. Sólo en casos de graves y excepcionales circunstancias, dependiendo de las condiciones culturales de carácter local, el Ordinario, de acuerdo con la Conferencia Episcopal o con el Sínodo de los Obispos de las Iglesias Orientales, puede conceder el permiso para conservar las cenizas en el hogar. Las cenizas, sin embargo, no pueden ser divididas entre los diferentes núcleos familiares y se les debe asegurar respeto y condiciones adecuadas de conservación.

7. Para evitar cualquier malentendido panteísta, naturalista o nihilista, no sea permitida la dispersión de las cenizas en el aire, en la tierra o en el agua o en cualquier otra forma, o la conversión de las cenizas en recuerdos conmemorativos, en piezas de joyería o en otros artículos, teniendo en cuenta que para estas formas de proceder no se pueden invocar razones higiénicas, sociales o económicas que pueden motivar la opción de la cremación.

8. En el caso de que el difunto hubiera dispuesto la cremación y la dispersión de sus cenizas en la naturaleza por razones contrarias a la fe cristiana, se le han de negar las exequias, de acuerdo con la norma del derecho.

El Sumo Pontífice Francisco, en audiencia concedida al infrascrito Cardenal Prefecto el 18 de marzo de 2016, ha aprobado la presente Instrucción, decidida en la Sesión Ordinaria de esta Congregación el 2 de marzo de 2016, y ha ordenado su publicación.

Roma, de la sede de la Congregación para la Doctrina de la Fe, 15 de agosto de 2016, Solemnidad de la Asunción de la Santísima Virgen María.

GERHARD Card. MÜLLER
Prefecto
LUIS F. LADARIA, S.I.
Arzobispo titular de Thibica
Secretario

23 de octubre de 2016

NORMAS DE LA CASA

Estaban en la cocina de una casa, y nos han encantado. Mira que es algo que todos conocemos y cuantas veces lo hemos repetido en casa: "que no hay que enfadarse", "tienes que perdonarlo", "no gritéis más"... y así sin parar. Por eso desde hoy y oficialmente las declaramos: 

  NORMAS DE LA CASA
        
Ø     Enfadarse muy poco
Ø     Saber perdonar
Ø     Gritar sólo de alegría
Ø     Besarse 1000 veces al día
Ø     Reír a carcajadas 
Ø     Abrazarse muy fuerte
Ø     Sonreír cada día
Ø     Llorar sólo de emoción
Ø     Ser feliz y quererse un montón

Fuente: Pastoral F de Granada

“HOY ES TIEMPO DE MISIÓN Y ES TIEMPO DE CORAJE” AFIRMÓ EL PAPA FRANCISCO EN EL ÁNGELUS

Palabras del Papa Francisco antes del rezo del Ángelus
¡Queridos hermanos y hermanas, buenos días!
Hoy la segunda lectura de la Liturgia de la Palabra nos presenta la exhortación de San Pablo a Timoteo, su colaborador e hijo predilecto, en la que reflexiona sobre la propia existencia de apóstol totalmente consagrado a la misión (cfr 2 Tm 4,6-8.16-18). Viendo ya cercano el final de su camino terrenal, la describe en referencia a tres estaciones: el presente, el pasado, el futuro.
Al presente, lo interpreta con la metáfora del sacrificio: «Yo estoy a punto de ser sacrificado» (v. 6). Por lo que se refiere al pasado, Pablo indica su vida transcurrida con las imágenes de la «buena batalla» y de la «carrera» de un hombre que ha sido coherente con los propios compromisos y las propias responsabilidades (cfr v. 7); en consecuencia, confía en el reconocimiento futuro por parte de Dios, que es «juez justo» (v. 8). Pero la misión de Pablo ha resultado eficaz, justa y fiel solamente gracias a la cercanía y a la fuerza del Señor, que ha hecho de él un anunciador del Evangelio a todos los pueblos. He aquí su expresión: «El Señor me ayudó y me dio fuerzas para anunciar íntegro el mensaje, de modo que lo oyeran todos los gentiles» (v. 17).
En este relato autobiográfico de San Pablo se refleja la Iglesia, especialmente hoy, Jornada Misionera Mundial, cuyo tema es “Iglesia misionera, testimonio de misericordia”. En Pablo la comunidad cristiana encuentra a su modelo, en la convicción que es la presencia del Señor la que hace eficaz el trabajo apostólico y la obra de evangelización. La experiencia del Apóstol de los gentiles nos recuerda que debemos comprometernos en las actividades pastorales y misioneras, por un lado, como si el resultado dependiese de nuestros esfuerzos, con el espíritu de sacrificio del atleta que no se detiene ni siquiera ante las  derrotas; por otro lado, sabiendo que el verdadero éxito de nuestra misión es un don de la Gracia: es el Espíritu Santo que hace eficaz la misión de la Iglesia en el mundo.
¡Hoy es tiempo de misión y es tiempo del coraje! Coraje de reforzar los pasos vacilantes, de retomar el gusto de gastarse por el Evangelio, de readquirir confianza en la fuerza que la misión trae consigo.  Es tiempo del coraje, también si tener coraje no significa tener la garantía del éxito. Nos es pedido el coraje para luchar, no necesariamente para vencer; para anunciar, no necesariamente para convertir. Nos es pedido el coraje para ser alternativos al mundo, pero sin convertirnos jamás en polémicos o agresivos. Nos es pedido el coraje para abrirnos a todos, sin disminuir jamás lo absoluto y único de Cristo, único salvador de todos. Nos es pedido el coraje para resistir a la incredulidad, sin volvernos arrogantes. Nos es pedido también el coraje del publicano del Evangelio de hoy, que con humildad no se atrevía a levantar los ojos al cielo; sólo se golpeaba el pecho, diciendo ¡Oh Señor, ten piedad de este pecador! Hoy es tiempo del coraje. ¡Hoy es necesario el coraje!
La Virgen María, modelo de la Iglesia “en salida” y dócil al Espíritu Santo, nos ayude a todos a ser, en la fuerza de nuestro Bautismo, discípulos misioneros para llevar el mensaje de la salvación a la entera familia humana.

(Traducción del italiano: Raúl Cabrera, Radio Vaticano)

PAPA FRANCISCO:ESTE AÑO JUBILAR ES CONTINUACIÓN DEL EVANGELIO DE LA MISERICORDIA PROCLAMADO POR JUAN PABLO II AL MUNDO

El Papa Francisco recordó a San Juan Pablo II -

«¡No tengan miedo! ¡Abran de par en par las puertas a Cristo!»

(RV).- Recordando a San Juan Pablo II en el día de su memoria litúrgica, el 22 de octubre, el Papa Francisco  evocó, en su audiencia jubilar, a su santo predecesor en la Cátedra de Pedro. Y, con entrañable afecto en especial en sus palabras a los polacos, hizo resonar para los hombres de todo el mundo la exhortación de Karol Wojtyla al comenzar su pontificado.

En su cordial saludo a la peregrinación nacional de Polonia, el Papa Bergoglio, recordó asimismo su viaje a Cracovia para la JMJ 2016

«Queridos hermanos y hermanas

han llegado aquí, en peregrinación nacional para agradecer a Dios por el Bautismo que su pueblo recibió hace 1050 años, así como por todo el bien que ha nacido en los corazones de los jóvenes de todo el mundo, durante el inolvidable encuentro en Cracovia. Me uno a ustedes en este agradecimiento. Me siento inmensamente agradecido a Dios que me ha permitido conocer su nación, la patria de San Juan Pablo II, donde pude visitar el Santuario de Jasna Gora, el Santuario de la Divina Misericordia en Cracovia y el Centro Juan Pablo II ‘No tengan miedo’.

A Aquel que se identifica sobre todo en cada hombre humillado y que sufre, le agradezco por el silencio que me fue concedido en el lugar del campo de concentración de Auschwitz-Birkenau. ¡En este silencio el mensaje de la misericordia asume una importancia inaudita!».

Luego en su emocionado recuerdo, el Papa Francisco repitió en la Plaza de San Pedro la exhortación al mundo de San Juan Pablo II, el 22 de octubre de 1978:

«Queridos hermanos y hermanas,

Hace exactamente treinta y ocho años, casi a esta hora, en esta Plaza resonaban las palabras dirigidas a los hombres de todo el mundo: ¡No tengan miedo!... Abran, aún más abran de par en par las puertas a Cristo. Estas palabras las pronunció al comienzo de su pontificado, Juan Pablo II, Papa de profunda espiritualidad, plasmada por la milenaria herencia de la historia y de la cultura polaca transmitida en el espíritu de fe, de generación en generación. Esta herencia era para él fuente de esperanza, de poder y de coraje, con que exhortaba al mundo a abrir las puertas a Cristo. Esta invitación se transformó en una incesante proclamación del Evangelio de la misericordia para el mundo y para el hombre, cuya continuación es este Año Jubilar.

Hoy anhelo desearles que el Señor les dé la gracia de cuidar y perseverar en la fe, esperanza y amor que han recibido de sus antepasados. Que en sus mentes y corazones resuene siempre el llamado de su gran compatriota a despertar en ustedes la fantasía de la misericordia, para que puedan brindar el testimonio del amor de Dios a todos los que lo necesitan.

Les pido que me recuerden en sus oraciones ¡Los bendigo de corazón! ¡Alabado sea Jesucristo!»
La enseñanza y ejemplo de San Juan Pablo II también en su bienvenida a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados:

«Hoy es la memoria litúrgica de San Juan Pablo II. Que su coherente testimonio de fe sea una enseñanza para ustedes, queridos jóvenes, para afrontar los desafíos de la vida. A la luz de su ejemplo, queridos enfermos, abracen con esperanza la cruz de la enfermedad. Invoquen su celestial intercesión, queridos recién casados, para que nunca falte el amor en su nueva familia».

En la víspera de la Jornada Mundial de las Misiones el Papa Francisco exhortó a todos a «acompañar con la oración y con ayuda concreta la acción evangelizadora de la Iglesia en los territorios de misión».
(CdM – RV)

EL PAPA FRANCISCO EN LA CATEQUESIS JUBILAR: "MISERICORDIA Y DIÁLOGO

 Catequesis completa del Papa Francisco

¡Queridos hermanos y hermanas, buenos días!

El pasaje del Evangelio de Juan que hemos escuchado (cfr 4,6-15) narra el encuentro de Jesús con una mujer samaritana. Lo que impresiona de este encuentro es el diálogo entre la mujer y Jesús. Esto nos permite hoy subrayar un aspecto muy importante de la misericordia, que es precisamente el diálogo.

El diálogo permite a las personas conocerse y comprender las exigencias de uno y del otro. Ante todo, es una señal de gran respeto, porque coloca a las personas en actitud de escucha y en la condición de acoger los mejores aspectos del interlocutor. En segundo lugar, el diálogo es expresión de caridad, porque, si bien no ignorando las diferencias, puede ayudar a buscar y a compartir el bien común. Además, el diálogo nos invita a ponernos ante el otro viéndolo como un don de Dios, que nos interpela y nos pide ser reconocido.

Muchas veces no vamos al encuentro de los hermanos, a pesar de vivir junto a ellos, sobre todo cuando hacemos prevalecer nuestra posición sobre la del otro. No dialogamos cuando no escuchamos lo suficiente o tendemos a interrumpir al otro para demostrar que tenemos razón. Cuántas veces, cuántas veces estamos escuchando a una persona, la detenemos, y decimos: “¡No! ¡No! ¡No es así!“ y no dejamos que la persona termine de explicar aquello que quiere decir. Y esto impide el diálogo: esto es agresión.  El verdadero diálogo, en cambio, necesita de momentos de silencio, en los cuales captar el don extraordinario de la presencia de Dios en el hermano.

Queridos hermanos y hermanas, dialogar ayuda a las personas a humanizar las relaciones y a superar las incomprensiones. Hay tanta necesidad de diálogo en nuestras  familias, y ¡cómo se resolverían más fácilmente las cuestiones si aprendiéramos a escucharnos recíprocamente!  Es así en la relación entre marido y mujer, y entre padres e hijos. Cuánta ayuda puede surgir también del diálogo entre los maestros y sus alumnos; o entre los dirigentes y los obreros, para descubrir las mejores exigencias del trabajo.

La Iglesia también vive del diálogo con los hombres y las mujeres de cada tiempo, para comprender las necesidades que se encuentran en el corazón de toda persona y para contribuir a la realización del bien común. Pensamos en el gran don de la creación y en la responsabilidad que tenemos todos de proteger nuestra casa común: el diálogo sobre este tema tan importante es una exigencia ineludible.  Pensamos en el diálogo entre las religiones, para descubrir la verdad profunda de su misión en medio a los hombres, y para contribuir a la construcción de la paz y de una red de respeto y de fraternidad (cfr Enc. Laudato si’, 201).

Para finalizar, todas las formas de diálogo son expresiones de la gran exigencia de amor de Dios, que va el encuentro de todos y en cada uno coloca una semilla de su bondad, para poder colaborar con su obra creadora.  El diálogo derriba los muros de las divisiones y de las incomprensiones; crea puentes de comunicación y no consiente que alguien se aísle, encerrándose en su pequeño mundo propio. No olviden: dialogar es escuchar aquello que me dice el otro y decir con mansedumbre aquello que pienso yo. Si las cosas funcionan así, la familia, el barrio, el lugar de trabajo serán mejores. Pero si no dejo que el otro diga todo aquello que tiene en el corazón y comienzo a gritar  – hoy se grita tanto – esta relación no terminará bien; no terminará bien la relación entre marido y mujer, entre padres e hijos. Escuchar, explicar, manso, no gritar al otro, no gritar: corazón abierto.

Jesús conocía bien aquello que estaba en el corazón de la samaritana, una gran pecadora; no obstante no le negó el poder expresarse, la dejó hablar hasta el final,  y entró poco a poco en el misterio de su vida. Esta enseñanza es también válida para nosotros. A través del diálogo, podemos hacer crecer los signos de la misericordia de Dios y hacerlos instrumento de acogida y de respeto. Gracias.
 
(Traducción del italiano, Raúl Cabrera, Radio Vaticano)
 

19 de octubre de 2016

EL PAPA FRANCISCO EN LA CATEQUESIS "SIEMPRE HAY ALGUIEN QUE TIENE HAMBRE Y SED Y NO PUEDO DELEGARLO A NINGÚN OTRO

Queridos hermanos y hermanas, buenos días.

Una de las consecuencias del llamado “bienestar” es la de conducir a las personas a cerrarse en sí mismas, haciéndoles insensibles a las exigencias de los otros. Se hace de todo para eludir presentando modelos de vida efímeros, que desaparecen después de algunos años, como si nuestra vida fuera una moda a seguir o para cambiar cada temporada. No es así. La realidad va acogida y afrontada por lo que es, y a menudo nos hace encontrar situaciones de necesidad urgente.

Es por esto que, entre las obras de misericordia, se encuentra el llamamiento al hambre y a la sed: dar de comer a los hambrientos y de beber a los sedientos. Cuántas veces los medios de comunicación nos informan de poblaciones que sufren la falta de comida y de agua, con graves consecuencias especialmente para los niños.

Frente a ciertas noticias y especialmente a ciertas imágenes, la opinión pública se siente tocada y surgen de vez en cuando campañas de ayuda para estimular la solidaridad. Las donaciones se hacen generosas y de esta forma se puede contribuir a aliviar el sufrimiento de tantos. Esta forma de caridad es importante, pero quizá no nos implica directamente. Sin embargo cuando, caminando por la calle, nos cruzamos con una persona necesitada, o un pobre llama a la puerta de nuestra casa, es muy diferente, porque ya no estoy delante de una imagen, sino que nos afecta en primera persona. Ya no hay distancia entre él o ella y yo, y me siento interpelado. La pobreza en abstracto no nos interpela, pero nos hace pensar, nos hace quejarnos; pero cuando ves la pobreza en la carne un hombre, de una mujer, de un niño, ¡esto nos interpela! Y por eso esta costumbre que tenemos de huir de los necesitados, de no hacernos o maquillar un poco esta realidad de los necesitados con las costumbres de moda. Así nos alejamos de esta realidad. Ya no hay distancia entre el pobre y yo cuando me lo cruzo.

En estos casos, ¿cuál es mi reacción? ¿Aparto la mirada y paso de largo? ¿O me paro a hablar y me intereso por su estado? ¿Veo si puedo acoger de alguna manera a esa persona o trato de liberarme lo antes posible? Pero quizá pide solo lo necesario: algo de comer y de beber. Pensemos un momento: cuántas veces recitamos el “Padre Nuestro”, y no prestamos realmente atención a estas palabras: “Danos hoy nuestro pan de cada día”.

En la Biblia, un Salmo dice que Dios es aquel que da “el alimento a todos los vivientes” (136,25). La experiencia del hambre es dura. Lo sabe quien ha vivido periodos de guerra o de carestía. Y también esta experiencia se repite cada día y convive junto a la abundancia y al derroche. Son actuales las palabras del apóstol Santiago: “¿De qué le sirve a uno, hermanos míos, decir que tiene fe, si no tiene obras? ¿Acaso esa fe puede salvarlo? ¿De qué sirve si uno de ustedes, al ver a un hermano o una hermana desnudos o sin el alimento necesario, les dice: «Vayan en paz, caliéntense y coman», y no les da lo que necesitan para su cuerpo? Lo mismo pasa con la fe: si no va acompañada de las obras, está completamente muerta” (2,14-17). Siempre hay alguno que tiene hambre y sed y necesita de mí. No puedo delegar en nadie. Este pobre necesita de mí, mi ayuda, mi palabra, mi compromiso.

Es también la enseñanza de esa página del Evangelio en la que Jesús, viendo tanta gente que lo seguía desde hace horas, pide a sus discípulos: “¿Dónde compraremos pan para darles de comer?”.(Jn 6,5). Y los discípulos responden: “Es imposible, es mejor que los despidas…”. En cambio Jesús les dice: “No. Denles de comer ustedes mismos” (Cfr. Mt 14,16). Recoge los panes y los peces que tenían consigo, los bendice, los parte y los hace distribuir a todos. Es una lección muy importante para nosotros. Nos dice que el poco que tenemos, si lo confiamos a las manos de Jesús y lo compartimos con fe, se convierte en una riqueza superabundante.

El papa Benedicto XVI, en la encíclica Caritas in veritate, afirma: “Dar de comer a los hambrientos es un imperativo ético para la Iglesia universal […]  El derecho a la alimentación y al agua tiene un papel importante para conseguir otros derechos. […] Por tanto, es necesario que madure una conciencia solidaria que considere la alimentación y el acceso al agua como derechos universales de todos los seres humanos, sin distinciones ni discriminaciones (n. 27). No olvidemos las palabras de Jesús: “Yo soy el pan de vida” (Jn 6,35) y «quien tenga sed venga a mí» (Jn 7,37). Son para todos nosotros creyentes una provocación a reconocer que, a través del dar de comer a los hambrientos y dar de beber a los sedientos, pasa nuestra relación con Dios, un Dios que ha revelado en Jesús su rostro de misericordia.

 

PAPA FRANCISCO: "URGENCIA DEL COMPROMISO MISIONERODE LA IGLESIA Y DE LOS CRISTIANOS EN EL MUNDO"

   «Queridos hermanos y hermanas,

Jesús nos invita a hacer espacio en nuestro corazón a la urgencia de dar de comer a los  hambrientos, compartir lo que tenemos con los que no tiene los medios, nos educa a aquella caridad que es un don desbordante de pasión por la vida de los pobres que el Señor nos hace encontrar.

Si ponemos en las manos de Jesús lo poco que tenemos, compartiéndolo con los demás en la fe, se vuelve una riqueza superabundante. No temamos ser, para nuestros hermanos la revelación de la misericordia del Padre, a través de nuestra generosidad».

Con especial intensidad y devoción, los peregrinos polacos recibieron la bienvenida del Papa Francisco, que recordó al sacerdote Jerzy Popieluszko, que murió mártir durante el régimen comunista, asesinado cruelmente 1984

«Saludo cordialmente a los peregrinos polacos. Hoy la liturgia conmemora al beato mártir Don Popieluszko. Él se expuso en primera persona en favor de los obreros y de sus familias, pidiendo justicia y condiciones de vida digna y la libertad civil y religiosa de su patria. Las palabras de San Pablo: «No te dejes vencer por el mal, vence el mal con el bien» (Rm 12,12) fueron el lema de su pastoral. Estas palabras sean hoy, también para ustedes, para sus familias y el pueblo polaco, un desafío para construir el justo orden social en el día a día, en la búsqueda del bien evangélico».

El ejemplo de San Pablo de la Cruz, fundador de la Congregación de la Pasión de Cristo y de las Hermanas Pasionistas, en las palabras del Papa a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados:
«Hoy la liturgia hace memoria de San Pablo de la Cruz, sacerdote fundador de los Pasionistas. 

Queridos jóvenes, en especial los chicos del Festival de la Diplomacia, que la meditación de la Pasión de Jesús les enseñe la grandeza de su amor para con nosotros. Queridos enfermos, lleven su cruz en unión con Cristo para recibir consolación en la hora de la prueba. Y ustedes, queridos recién casados, dediquen tiempo a la oración, para que su vida conyugal sea un camino de perfección cristiana».

16 de octubre de 2016

PAPA EN EL ÁNGELUS: «QUE EL EJEMPLO DE LOS NUEVOS SANTOS SOSTENGA EL EMPEÑO DE CADA UNO EN LOS ÁMBITOS DE TRABAJO Y SERVICIO»

RV).- Después de haber canonizado a los 7 nuevos Santos, Papa Francisco a la hora del Ángelus del tercer domingo de octubre, se dirigió a los fieles presentes en la plaza de San Pedro y saludó a los peregrinos llegados desde diferentes países, “Al terminar esta celebración -dijo el Obispo de Roma- deseo saludar cordialmente a todos vosotros, que desde diferentes países habéis venido para rendir homenaje a los nuevos Santos. Un saludo especial va para las delegaciones de Argentina, España, Francia, Italia y México. Que el ejemplo y la intercesión de estos luminosos testimonios sostenga el compromiso de cada uno en los respectivos ámbitos de trabajo y de servicio, por el bien de la Iglesia y de la comunidad civil”.
Francisco recordó que este lunes se celebra la Jornada Mundial contra la pobreza, “Unamos nuestra fuerzas, morales y económicas, para luchar juntos contra la pobreza que degrada, ofende y asesina tantos hermanos y hermanas, poniendo en acto políticas serias para la familia y el trabajo”.
Finalmente pidió confiar a la Virgen María cada una de nuestras intenciones, "sobre todo la paz".


EL SENTIDO DE LA EUCARISTÍA Y DE LOS SACRAMENTOS

¿Por qué ir a misa? ¿No está Dios en todas partes? ¿Qué sentido tienen la misa y los sacramentos? En uno de sus textos escrito en vísperas del Concilio Vaticano II, y que ahora se publica revisado, Joseph Ratzinger profundiza y esclarece estas y otras cuestiones de modo instructivo (cf. Obras completas, VII/1, Sobre la enseñanza del Concilio Vaticano II, pp. 3-13).

Durante los últimos siglos, en las iglesias católicas el altar se situaba al fondo del templo, como presidiendo la sala donde está el trono de Dios. Como consecuencia de que los protestantes lo negaran, se acentuaba la presencia real de Jesús en la sagrada hostia. No existía, hasta san Pío X, la posibilidad de la comunión frecuente y se tenía la idea de que cada vez que se recibía la comunión había que confesarse (hoy hemos pasado al polo opuesto: acudir con demasiada ligereza a la comunión, quizá sin examinar nuestra conciencia por si encontramos algún pecado grave del que es necesario confesarse). 

Qué es la Eucaristía

1. Para comprender qué es la Eucaristía, señala el ahora Papa emérito que, siendo importante la presencia real de Dios en la sagrada hostia y la adoración, sin embargo, lo que Jesús deseaba primero es ser recibido por nosotros en la comunión. Él quiere ser para nosotros sobre todo un alimento. “El pan santo no es en primer término para contemplar, sino para comer. Es decir: Él se quedó allí no solo para ser adorado, sino sobre todo para ser recibido”. Y añade, más que los sagrarios de piedra a Cristo le importaban los sagrarios vivos que hemos de ser los cristianos, que Dios necesita en medio del mundo, para que le llevemos con valentía su Espíritu de verdad y de justicia. Por eso el altar –donde se actualiza el sacrificio de la cruz y Cristo se nos ofrece como alimento– tiene preeminencia respecto del sagrario, que es consecuencia de la misa. 

San Agustín interpretó que la comunión eucarística no es un alimento que se convierte en nosotros sino al revés. Es alimento que nos transforma en el cuerpo de Cristo. En consecuencia: “El sentido primario de la comunión no es el encuentro del individuo con su Dios –para lo cual habría también otras vías–, sino que su sentido es, justamente, la fusión de los individuos entre sí a través de Cristo. La comunión es, según su esencia, el sacramento de la fraternidad cristiana”. De ahí que comulgar nos exige vivir la fraternidad y la caridad.

Consecuencias para la piedad eucarística

2. ¿Qué consecuencias tiene esto para la piedad eucarística? La facilidad que hoy tenemos para comulgar con frecuencia debe llevarnos a una piedad eucarística en relación con lo que realmente es la Eucaristía: la unión con Cristo y, en Él, con todos nuestros hermanos. De ahí deduce Ratzinger algunos puntos concretos:

a) El sentido de la misa es en primer lugar el encuentro personal con el tú de Dios (Padre); pero también el encuentro con la comunidad de los cristianos con los que podemos rezar “Padre nuestro” porque somos hermanos de Cristo y como consecuencia entre nosotros.

b) Por eso no hay misas “privadas” en sentido estricto, pues en toda misa celebra la Iglesia entera, también la que está en el cielo y en el purgatorio.

c) También por eso la comunión es más que un encuentro “privado” con Dios: es la unión común con Cristo y con nuestros hermanos. Por ese motivo la comunión (excepto para los enfermos ausentes, a los que se les puede llevar la comunión) tiene pleno sentido dentro de la misa, que es celebración de la comunidad cristiana. 

d) “La comunión no es un premio para los especialmente virtuosos (¿cómo podría recibírsela, sin ser un fariseo?), sino el pan de los peregrinos”. Esto nos evoca la insistencia del papa Francisco actualmente: “La Eucaristía no es un premio para los perfectos, sino un generoso remedio y un alimento para los débiles” (Evangelii gaudium, n. 47). Lo cual no quita que haya que confesarse ante la conciencia de pecado grave, pero no es necesario hacerlo en los demás casos: pecado venial, negligencias, faltas, etc.

La Eucaristía, afirma Ratzinger, es nuestro sí a la Iglesia como cuerpo de Cristo, que nos permite salir de lo meramente terreno para unirnos a lo divino y eterno. De ahí que, en último término ser cristiano es poder comulgar. Por eso lo normal sería que comulgásemos al menos los domingos, y eso nos daría una luz para nuestra vida cotidiana. 

La necesidad de los sacramentos
 
3. Finalmente, de aquí surge una mejor comprensión sobre el sentido de los sacramentos en general. Dice Ratzinger que el hombre de hoy “a menudo no comprende bien por qué tiene que acudir a misa en la iglesia”. Si no quiere ser arreligioso, cree que tiene relación con Dios y no necesita para la nada de los sacramentos y de la Iglesia. ¿Acaso no está Dios en todas partes? ¿No será mejor encontrar al Creador en su naturaleza –en la magnífica catedral del bosque con su regia libertad– que en el aburrido recinto de la Iglesia, en la multitud cansada y sentimental que va a la iglesia? 

He aquí la respuesta lúcida de Joseph Ratzinger: “”Realmente, quien solo vea en la eucaristía la presencia de Dios no podrá dar una verdadera respuesta a esas preguntas. (…) En la eucaristía no está presente solamente Dios, sino el hombre Jesucristo, es decir, el Dios que se hizo hermano nuestro, de los hombres. Y, por eso, la eucaristía como conjunto no sirve solamente para un encuentro con Dios, sino para la unión de los hombres desde Dios en la fe única y en la comunidad única del cuerpo de Cristo”.

De ahí deduce que los sacramentos tienen tres dimensiones:

Primero, son garantía de la auténtica respuesta de Dios a la religión; pues ésta no es un soliloquio del hombre con Dios sino el encuentro con Dios que en Cristo ha entrado en nuestra historia, haciéndose hermano nuestro. Con ello, “la religión adquiere su seriedad vinculante, su dignidad y grandeza, sin las cuales seguiría siendo un entusiasmo sin compromiso”.


Segundo, los sacramentos son garantía de que la religión responde a la dimensión corporal del hombre. Una religión del sentimiento privado, puramente espiritual, no responde a la vida del ser humano. En los sacramentos se recurre a los elementos de la tierra, pan y vino, fruto de la tierra y del trabajo humanos, que son elevados de modo que nos hacen vislumbrar un mundo nuevo y vivir participando de la vida divina.

Tercero, los sacramentos son remedio contra el individualismo, porque nos reúnen en la comunidad que da gloria a Dios, y que se abre a la paz del reino eterno. “Este es realmente –sostiene Ratzinger– el sentido más profundo de la eucaristía: que la humanidad dispersa y herida sea reunida en la unidad del único Señor Jesucristo, el único que es su vida verdadera”.

En definitiva, podríamos concluir nosotros: ¿por qué y para qué ir a la iglesia, ir a la misa del domingo? Pues porque allí nos encontramos no solamente con Dios en un sentido genérico, sino concretamente con Jesús, nuestro salvador y redentor, que nos une a los cristianos en su familia, para hacernos capaces de ser mejores, de ser más felices, de llevar la vida verdadera a nuestras familias, a nuestros amigos, al mundo: la vida que procede del Dios uno y trino que en Cristo se nos da.

(Publicado en www.religionconfidencial.com, 14-VII-2016)


EL PAPA FRANCISCO PRESIDE LA MISA CON EL RITO DE LA CANONIZACIÓN

15 de octubre de 2016

Audiencia a la Asociación Nacional de Trabajadores Mayores 2016.10.15

MENSAJE DEL PAPA FRANCISCO PARA JORNADA MUNDIAL DE LA ALIMENTACIÓN


Texto completo del mensaje del Papa Francisco
Al Profesor José Graziano da Silva
Director General de la FAO
Muy ilustre Señor:
1.     El que la FAO haya querido dedicar la actual Jornada Mundial de la Alimentación al tema «El clima está cambiando. La alimentación y la agricultura también», nos lleva a considerar la dificultad añadida que supone para la lucha contra el hambre la presencia de un fenómeno complejo como el del cambio climático. Con el fin de hacer frente a los retos que la naturaleza plantea al hombre y el hombre a la naturaleza (cf. Enc. Laudato si’, 25), me permito ofrecer algunas reflexiones a la consideración de la FAO, de sus Estados miembros y de todas las personas que participan en su actividad.
¿A qué se debe el cambio climático actual? Tenemos que cuestionarnos sobre nuestra responsabilidad individual y colectiva, sin recurrir a los fáciles sofismas que se esconden tras los datos estadísticos o las previsiones contradictorias. No se trata de abandonar el dato científico, que es más necesario que nunca, sino de ir más allá de la simple lectura del fenómeno o de la enumeración de sus múltiples efectos.
Nuestra condición de personas necesariamente relacionadas y nuestra responsabilidad de custodios de la creación y de su orden, nos obligan a remontarnos a las causas de los cambios que están ocurriendo e ir a su raíz. Hemos de reconocer, ante todo, que los diferentes efectos negativos sobre el clima tienen su origen en la conducta diaria de personas, comunidades, pueblos y Estados. Si somos conscientes de esto, no bastará la simple valoración en términos éticos y morales.  Es necesario intervenir políticamente y, por tanto, tomar las decisiones necesarias, disuadir o fomentar conductas y estilos de vida que beneficien a las nuevas y a las futuras generaciones. Sólo entonces podremos preservar el planeta.
Las acciones que hay que realizar han de estar adecuadamente planificadas y no pueden ser el resultado de las emociones o los motivos de un instante. Es importante programarlas. En este cometido, las instituciones, llamadas a trabajar juntas, tienen un papel esencial, ya que las acciones individuales, si bien son necesarias, sólo son eficaces si se integran en una red compuesta de personas, entidades públicas y privadas, estructuras nacionales e internacionales. Esta red, sin embargo, no puede quedar en el anonimato; esta red tiene el nombre de fraternidad y debe actuar en virtud de su solidaridad fundamental.
2.     Todas las personas que trabajan en el campo, en la ganadería, en la pesca artesanal, en los bosques, o viven en zonas rurales en contacto directo con los efectos del cambio climático, experimentan que, si el clima cambia, también sus vidas cambian. Su diario acontecer se ve afectado por situaciones difíciles, a veces dramáticas, el futuro es cada vez más incierto y así se abre camino la idea de abandonar casas y afectos. Prevalece una sensación de abandono, de sentirse olvidados por las instituciones, privados de la ayuda que puede aportar la técnica, así como de la justa consideración por parte de todos los que nos beneficiamos de su trabajo.
De la sabiduría de las comunidades rurales podemos aprender un estilo de vida que nos puede ayudar a defendernos de la lógica del consumo y de la producción a toda costa; lógica que, envuelta en buenas justificaciones, como el aumento de la población, en realidad sólo busca aumentar los beneficios. En el sector del que se ocupa la FAO está creciendo el número de los que piensan que son omnipotentes y pueden pasar por alto los ciclos de las estaciones o modificar indebidamente las diferentes especies de animales y plantas, provocando la pérdida de esa variedad que, si existe en la naturaleza, significa que tiene y ha de tener una función. Obtener una calidad que da excelentes resultados en el laboratorio puede ser ventajoso para algunos, pero puede tener efectos desastrosos para otros. Y el principio de precaución no es suficiente, porque muy a menudo se limita a impedir que se haga algo, mientras que lo que se necesita es actuar con equilibrio y honestidad. Seleccionar genéticamente un tipo de planta puede dar resultados impresionantes desde un punto de vista cuantitativo, pero, ¿nos hemos preocupado de las tierras que perderán su capacidad de producir, de los ganaderos que no tendrán pastos para su ganado, y de los recursos hídricos que se volverán inutilizables? Y, sobre todo, ¿nos hemos preguntado si y en qué medida contribuirán a cambiar el clima?
Por tanto, no precaución, sino sabiduría. Esa que los campesinos, los pescadores, los ganaderos conservan en la memoria de las generaciones, y que ahora ven cómo está siendo ridiculizada y olvidada por un modelo de producción que sólo beneficia a pequeños grupos y a una pequeña porción de la población mundial. Recordemos que se trata de un modelo que, con toda su ciencia, consiente que cerca de ochocientos millones de personas todavía pasen hambre.
3.     La cuestión se refleja directamente en las emergencias diarias que las instituciones intergubernamentales, como la FAO, están llamadas a afrontar y tratar, conscientes de que el cambio climático no pertenece exclusivamente a la esfera de la meteorología. No podemos olvidar que es también el clima el que contribuye a que la movilidad humana sea imparable. Los datos más recientes nos dicen que cada vez son más los emigrantes climáticos, que pasan a engrosar las filas de esa caravana de los últimos, de los excluidos, de aquellos a los que se les niega tener incluso un papel en la gran familia humana. Un papel que no puede ser otorgado por un Estado o por un estatus, sino que le pertenece a cada ser humano en cuanto persona, con su dignidad y sus derechos.
Ya no basta impresionarse y conmoverse ante quien, en cualquier latitud, pide el pan de cada día. Es necesario decidirse y actuar. Muchas veces, también en cuanto Iglesia Católica, hemos recordado que los niveles de producción mundial son suficientes para garantizar la alimentación de todos, a condición de que haya una justa distribución. Pero, ¿podemos continuar todavía en esta dirección, cuando la lógica del mercado sigue otros caminos, llegando incluso a tratar los productos básicos como una simple mercancía, a usar cada vez más los alimentos para fines distintos al consumo humano,  o a destruir alimentos simplemente porque son muchos y se buscan más las ganancias, en vez de atender a las necesidades? En efecto, sabemos que el mecanismo de la distribución se queda en teoría si los hambrientos no tienen un acceso efectivo a los alimentos, si siguen dependiendo de la ayuda externa, más o menos condicionada, si no se crea una relación adecuada entre la necesidad alimenticia y el consumo y, no menos importante, si no se elimina el desperdicio y se reducen las pérdidas de alimentos.
Todos estamos llamados a cooperar en este cambio de rumbo: los responsables políticos, los productores, los que trabajan en el campo, en la pesca y en los bosques, y todos los ciudadanos. Por supuesto, cada uno en sus ámbitos de responsabilidad, pero todos con la misma función de constructores de un orden interno en las Naciones y un orden internacional, que consienta que el desarrollo no sea solo prerrogativa de unos pocos, ni que los bienes de la creación sean patrimonio de los poderosos. Las posibilidades no faltan, y los ejemplos positivos, las buenas prácticas, nos proporcionan experiencias que se pueden seguir, compartir y difundir.
4.     La voluntad de actuar no puede depender de las ventajas que se puedan obtener, sino que es una exigencia que está unida a las necesidades que surgen en la vida de las personas y de toda la familia humana. Necesidades materiales y espirituales, pero en cualquier caso reales, que no son el resultado de la decisión de unos pocos, de las modas o de estilos de vida que convierten a la persona en un objeto, a la vida humana en un instrumento, incluso de experimentación, y a la producción de alimentos en un mero negocio económico, al que hay que sacrificar hasta el alimento disponible, cuya finalidad natural es conseguir que todo el mundo tenga cada día una alimentación suficiente y saludable.
Estamos muy cerca de la nueva fase que convocará en Marrakech a los Estados Miembros de la Convención sobre el Cambio Climático para poner en práctica sus compromisos. Creo interpretar el deseo de muchos al pedir que los objetivos recogidos en el Acuerdo de París no queden en bellas palabras, sino que se concreten en decisiones valientes para que la solidaridad no sea sólo una virtud, sino también un modelo operativo en la economía, y que la fraternidad ya no sea una simple aspiración, sino un criterio de gobernabilidad nacional e internacional.
Estas son, Señor Director General, algunas reflexiones que quisiera hacerle llegar en este momento en el que se avecinan preocupaciones, agitaciones y tensiones causadas también por la cuestión del clima, que está cada vez más presente en nuestra vida cotidiana y que grava, ante todo,  sobre las condiciones de vida de muchos de nuestros hermanos y hermanas más vulnerables y marginados. Que el Todopoderoso bendiga sus esfuerzos al servicio de toda la humanidad.
Vaticano, 14 de octubre de 2016