«Es además urgentísimo que se renueve en todos, sacerdotes, religiosos y laicos, la conciencia de la absoluta necesidad de la pastoral familiar como parte integrante de la pastoral de la Iglesia, Madre y Maestra. Repito con convencimiento la llamada contenida en la Familiaris consortio: “...cada Iglesia local y, en concreto, cada comunidad parroquial debe tomar una conciencia más viva de la gracia y de la responsabilidad que recibe del Señor, en orden a la promoción de la pastoral familiar. Los planes de pastoral orgánica, a cualquier nivel, no deben prescindir nunca de tomar en consideración la pastoral de la familia” (n. 70).


3 de octubre de 2016

DISCURSO DEL PAPA FRANCISCO A LOS SACERDOTES, RELIGIOSOS, RELIGIOSAS, SEMINARISTAS Y AGENTES DE PASTORAL EN GEORGIA

Texto pronunciado por el Papa, improvisando después de escuchar los testimonios del obispo Giuseppe Pasotto, administrador apostólico del Cáucaso; un joven católico que participó en la JMJ de Cracovia; una madre de familia y un seminarista a punto de ordenarse como diácono. Traducción no oficial.

Gracias, querido hermano.

Hablaré a todos mezclando todas las preguntas que han hecho ustedes.
Durante mi viaje a Armenia, al final de una misa invitado a subir al papamóvil a Su Excelencia y también al obispo de la Iglesia Apostólica Armenia. Éramos tres obispos. Es una bonita macedonia. Hicimos todo el recorrido y después bajamos, y cuando yo iba hacia el automóvil, una anciana me hizo señales de que me acercara. Tendría unos 80 años –aunque entonces no era muy anciana [risas]–, pero parecía más. Yo sentí en el corazón el deseo de acercarme a saludarla; estaba detrás de las vallas. Era una mujer muy humilde, muy humilde, y me saludó con amor; tenía un diente de oro, como se hacía en otros tiempos… y me dijo: “Yo soy armenia, pero vivo en Georgia, y he venido desde Georgia”. Había viajado ocho o seis horas en autobús para ver al Papa. Al día siguiente, no recuerdo dónde estaba, pero me la encontré de nuevo, y le dije: “Señora, ¿pero usted viene de Georgia, tantas horas de viaje, y después dos horas más para verme?”. “Sí”, me contestó. “Es la fe”.

Has hablado de ser firmes en la fe. Estar firmes en la fe es el testimonio que ha dado esta mujer. Ella cree que Jesucristo ha dejado a Pedro en la Tierra como su vicario, y ella quería ver a Pedro. Firmes en la fe significa capacidad de recibir de los otros la fe, conservarla y transmitirla.

Tú has hablado de tener viva la memoria del pasado. Firmes en la fe significa no olvidar aquello que hemos aprendido, es más, hacerlo crecer, darlo a nuestros hijos. Es por esto que, en Cracovia, les di como misión especial a los jóvenes hablar con los abuelos. Son los abuelos los que nos han transmitido la fe, y tantos de vosotros, que trabajáis con los jóvenes, tenéis que enseñarles a hablar con los abuelos. Para recibir el agua fresca de la fe hay que trabajarla en el presente, hacerla crecer, no esconderla en un cajón, y transmitirla a nuestros hijos.

El apóstol Pablo, hablando a su discípulo predilecto, Timoteo, le decía que conservara firme la fe que había recibido de su madre y su abuela. Este es el camino que debemos recorrer. Esto nos hará madurar tanto. Recibir la herencia, hacerla germinar y darla. Una planta sin raíces no crece, una fe sin raíces de la madre y la abuela no crece. Una fe que me ha sido dada y yo no la doy a los más pequeños no crece.

Para resumir: para ser firmes en la fe, es necesario memoria del pasado, coraje en el presente, esperanza en el futuro. Esto con respecto a estar firmes en la fe. Y no se olviden de esa mujer georgiana capaz de ir en el autobús de Georgia a Armenia. Las mujeres georgianas tienen fama de ser mujeres fuertes que llevan la fe en la Iglesia.

Tú una vez dijiste a tu madre: “Quiero hacer lo que hace ese hombre”, y al final de tu intervención dijiste: “Estoy orgulloso de ser católico y convertirme en un sacerdote georgiano”. Es todo un camino. No has contado lo que te respondió tu madre. ¿Qué te dijo tu madre cuando le dijiste: “Quiero ser como ese hombre”? [Respondió que sí]. De nuevo, la madre, la mujer georgiana, fuerte. La mujer perdía a un hijo, pero se lo daba a Dios, y lo acompañó en su camino, aunque perdió la oportunidad de convertirse en suegra.

En el inicio de una vocación siempre está la madre, la abuela… pero tú has dicho la palabra clave: memoria. Conservar la memoria de la primera llamada. Esto no es una fantasía que ha venido a tu mente, es el Espíritu Santo que te ha tocado. Y esto es lo que hay que custodiar. Estoy hablando a todos los religiosos, religiosas y sacerdotes. Todos nosotros en nuestra vida hemos tenido o tendremos momentos de oscuridad; también los consagrados. En ese momento lo que hay que hacer es detenerse y hacer memoria del momento en que he sido tocado por el Espíritu Santo. La perseverancia en la vocación está enraizada en la memoria de aquella caricia que el Señor nos ha hecho y que sigue con nosotros.

Esto es lo que yo os aconsejo a vosotros, consagrados: no volver atrás cuando uno se topa con la dificultad. Si queréis volver atrás, que sea a la memoria de ese momento. Y así, la fe permanece firme, la vocación permanece firme. Con nuestras debilidades y nuestros pecados, porque todos somos pecadores y necesitamos confesarnos, pero la misericordia y el amor de Jesús es más grande que nuestros pecados.

Ahora Irina. Hemos hablado con el sacerdote y con el religioso sobre la fe firme. Pero ¿cómo es la fe en el matrimonio? El matrimonio es la cosa más bella que Dios ha creado. La Biblia nos dice que Dios “hombre y mujer los ha creado a Su imagen”. El hombre y mujer que se hacen una sola carne son imagen de Dios. Te he escuchado cuando tú explicabas las dificultades que tantas veces hay en el matrimonio. Entonces resolvemos con el divorcio, yo me busco a otro, él se busca a otra, y empezamos de nuevo… ¿Sabes quién paga los gastos del divorcio? Dos personas: la pareja, y aún más. Paga Dios, porque cuando se separa lo que es una sola carne se ensucia la imagen de Dios. Y pagan los hijos, los niños. No sabéis cuánto sufren los niños pequeños cuando ven las peleas y la separación de los padres.

Debemos hacerlo todo para salvar un matrimonio. Es normal que en el matrimonio se pelee; sí, es normal, sucede que vuelan los platos. Pero si hay verdadero amor, se hacen las paces inmediatamente. Yo aconsejo a los matrimonios: pelead todo lo que queráis, pero no terminéis el día sin hacer las paces. ¿Sabéis por qué? La guerra fría del día después es peligrosísima. Cuántos matrimonios se salvan si tienen el coraje de, al final de la jornada, no discutir, sino hacerse una caricia y hacer las paces.

Es verdad que hay situaciones muy complejas, cuando el diablo se mezcla y pone una mujer frente a un hombre que le parece más bella que la suya, o cuando pone a un hombre frente a una mujer que le parece mejor que el suyo. Pedid ayuda inmediatamente cuando llegue esta situación. Y sobre esto que decía de ayudar a las parejas: ¿cómo se les ayuda? Recibiéndolos con cercanía, acogiéndolos. El discernimiento, la integración en el cuerpo de la Iglesia. Acoger, acompañar, discernir e integrar. En la comunidad católica se debe ayudar a salvar el matrimonio.

Hay tres palabras de oro en la vida del matrimonio. Yo le preguntaría a un matrimonio: ¿Os queréis? Y dirán: “Sí”. Y cuando uno hace algo por el otro, ¿sabéis decir “Gracias”? Y si alguno hace algo mal, ¿sabe pedir perdón? Y si uno quiere realizar un plan, ¿saber pedir la opinión del otro? Tres palabras: permiso, gracias, perdón.

Tú, Irina, has mencionado un gran enemigo del matrimonio, que es la ideología de género. Hoy hay una guerra mundial para destruir el matrimonio, pero no con armas, sino con ideas. Hay una colonización ideológica que destruye. No olvidar: permiso, gracias, perdón.

Tú has hablado de una Iglesia abierta que no se cierre en sí misma, que sea para todos, una Iglesia madre. Hay dos mujeres que Jesús ha querido para todos nosotros: su madre y su esposa. Las dos se parecen. La madre de Jesús él ha dejado como madre nuestra. La Iglesia es la esposa de Jesús y también es nuestra madre. Con la madre Iglesia y con la madre María se puede avanzar seguro. Y aquí encontramos otra vez a la mujer. Parece que el Señor tiene una preferencia para llevar la fe con las mujeres. María, la santa madre de Dios; la Iglesia, la santa esposa de Dios; nosotros, pecadores, sus hijos; la madre y la abuela que nos han dado la fe. Serán María, la Iglesia, la abuela y la madre las que defiendan la fe. Los antiguos monjes decían esto: cuando hay turbulencias espirituales, hay que refugiarse bajo el manto de la santa madre de Dios. María es modelo de la Iglesia, de la madre, de la mujer, porque la Iglesia es mujer y María es mujer.

Una última cosa, lo ha dicho él: el problema del ecumenismo. Nunca pelear, dejemos a los teólogos que estudien las cosas abstractas de la teología. ¿Qué debo hacer yo con un amigo, un vecino, una persona ortodoxa? Ser abierto, ser amigo. ¿Pero debo esforzarme por convertirlo? Hay un gran pecado contra el ecumenismo: el proselitismo. Nunca debe hacerse proselitismo con los ortodoxos. Son hermanos y hermanas nuestros, discípulos de Jesucristo, que por situaciones históricas tan complejas hemos terminado así. Pero tanto ellos como nosotros creemos en Jesucristo, el Espíritu Santo y la madre de Dios. ¿Y qué tengo que hacer? No condenar. Amistad, caminar juntos, rezar unos por otros y hacer obras de caridad juntos, porque se puede. Esto es el ecumenismo. Nunca condenar a un hermano o una hermana, jamás dejar de saludarlo por que sea ortodoxo.

Querría terminar contigo. Has acabado tu discurso: “Estoy orgulloso de convertirme en un sacerdote católico georgiano”. A ti y a todos vosotros, católicos georgianos, os pido por favor: defendeos de la mundanidad. Jesús ha hablado tan fuerte contra la mundanidad… En el discurso de la última cena pidió: “Padre, defiéndelos de la mundanidad”. Pidamos esta gracia todos juntos, que el Señor nos libre de la mundanidad y nos haga hombres y mujeres de Iglesia. Firmes en la fe que hemos recibido de la abuela y de la madre, firmes en la fe que es segura bajo la protección del manto de la madre de Dios.

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